Un encierro compartido

25.04.2020

Si vamos a abrirnos camino entre la soledad del encierro, que sea en compañía, que las palabras no nos dejen solos ni en silencio

Andar, para encontrarnos adentro o afuera
Andar, para encontrarnos adentro o afuera

Llevaba años queriendo entrar en la academia pero no tenía idea cómo hacerlo, hasta que un amigo que no veían hacía años puso en Facebook un anuncio de esa universidad en el caribe. Buscaban a alguien para humanidades y a alguien más para periodismo. Apliqué a los dos sin nunca antes haber dictado clase y unos meses después me ofrecieron el puesto: "fuiste la elegida, empiezas clases en 15 días. Ven a la ciudad para que te vayas instalando", me dijeron.

Yo no tenía ninguna relación con Cartagena. La última vez que había ido, como periodista, había sido para hacer algunas historias sobre el hambre en el Pozón. Pero sin más, como llevo la vida, decidí empacar maletas y mudarme al caribe.

La primera vez que fui a la universidad le pedí a la directora de entonces que me diera el programa de la profesora anterior para armar mis clases. No había nada. "ajá, tú vas a enseñar eso que sabes, me dijo". Pero es distinto escribir un reportaje a saber contar lo que es y explicar cómo se hace.

Recuerdo que un colega del trabajo me ayudó a abastecerme de decenas de libros sobre el tema. Y así empecé en la tarea de armar las clases, pero como no sabía cómo se hacía ni tenía ningún referente como base, acudí a quienes recordaba que trabajaban como profesores. Tenía dos amigos... uno en Chile que solo propuso llevar a mis estudiantes a los juzgados en busca de historias y uno en Pereira, que generosamente compartió su programa conmigo. Basado en ese, creé mis primeras clases en la Universidad, que tuvieron una planeación de lecturas que yo iba leyendo al mismo tiempo que los estudiantes. Así empecé en la docencia, insegura de qué decir, como aproximarme, sin entender nada de ese acento caribeño y llena de preguntas acerca de cuánto trabajo asignar a los estudiantes. A principio no les ponía nada, , hasta que una de las más plas, una mujer que siempre pensé que vería firmando autógrafos en sus libros más adelante,  me sugirió que les pusiera exposiciones para que ellos también tuvieran algo que decir y no solo yo me tomara la palabra.

Fui tanteando poco a poco a ese oficio, que se convirtió en una exploración y un descubrimiento, en un juego delicioso que yo inventaba todos los días. Quizás los estudiantes de entonces no lo sepan, pero en esos años de docencia, yo aprendí muchísimo más que ellos.

El primer programa de mis clases salió de las clases que Franklyn dictaba en el Eje Cafetero. Él fue mi primer maestro en eso de ser maestra.

En estos días de confinamiento, mientras dicta clases el línea y se adapta a la internet, él me ha compartido poemas entusiasmado por este diario que se me ha convertido en una disciplina. En algún momento, incluso, decidió lanzarse a enviar algunos textos de sus estudiantes para que ayudaran a relatar el confinamiento desde la Ventana.

La primera vez que lancé este diario, le ofrecí a estudiantes de España y Cartagena (de esos que se acercaron a los caminos entre la Monda y la Mondá) que contaran su confinamienro en las páginas de YucaPelá, para de nuevo pudiéramos ver a Madrid desde Cartagena y viceversa. Ninguno lo ha hecho... por eso que alguien más se anime a usar estas páginas para unir su encierro al mío, me llena de alegría.

Comparto aquí uno de esos textos, un relato de Valeria Luna Ramírez, quien  en el Eje cafetero extraña los parques y los juegos de su infancia, el columpio rojo que ahora ve desde la ventana y los amigos que hoy están lejos. Ella que espera volver a encontrarse consigo misma una vez se abran las puertas o encontrarse, quizás, en el encierro.

Hacer de este diario un compartir, me entusiasma porque narrar juntos el confinamiento es como si las puertas cerradas pudieran traspasarse sin que las coronas se posen sobre nuestras cabezas...

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Un recuerdo de libertad

Me sentía agobiada, quería salir de mi casa lo más pronto posible, volver a sentir el aire puro, quería ver a mis abuelos, ir a su casa y pasar el día con ellos, escuchar las locas historias de mi abuelo, oír las absurdas bromas de mi abuela referentes a lo que según ella era mi inexistente nariz, pero no podía, el hacerlo traía consigo ciertas consecuencias tanto para mí como para ellos, así que lo mejor era quedarme aquí, extrañándolos y conociendo lo que es el aburrimiento, en todo sentido de la palabra.

Dudas como ¿cuándo acabará esta tortura?, o ¿cuándo podré salir? rondaban por mi mente, mientras estaba acostada en mi cama viendo el techo. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por unos ladridos... ahora tenían toda mi atención. Así que se me ocurrió que sería una buena idea ir y ver a través de la ventana, pues no encontraba algo que hacer; pensé que tal vez ayudaría el quedarme unos minutos allí tratando de hacer más ameno este horrible encierro, aunque también existía esa pequeña posibilidad de que ocurriera todo lo contrarío y solo empeorara mi situación.

Me levanté de mi cama, y me dirigí a la ventana, podía ver desde allí, uno que otro bus o auto pasando por la calle, y el viejo parque. Una suave brisa contra mi rostro me hizo sentir un poco más relajada, llevándose mi frustración y ansiedad, y trayendo consigo recuerdos de cuando era pequeña. Aún podía escuchar a esos viejos amigos, llamándonos a mi hermano y a mí, para que saliéramos a jugar hasta altas horas de la noche, corriendo de un lado a otro por ese parque, disfrutando de lo que antes era un castillo, una fortaleza, o cualquier cosa que nuestra infantil imaginación quisiera que fuese.

Darme cuenta de lo que era en la actualidad, rompió un poco mi corazón, ver ese espacio donde antes había un columpio rojo que siempre rechinaba al balancearse, lo que solía ser un tobogán amarillo y esa enorme estructura que lo conectaba todo, ahora no eran más que trozos de madera podrida cayéndose.

La nostalgia me invadió haciéndome lamentar el no haber aprovechado el tiempo, tampoco pude evitar esa sensación de querer volver en el tiempo y ser esa niña despreocupada, ajena al mundo, gozando de una enorme imaginación, ser feliz una vez más, quería volver a ser yo.

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Hacer del encierro conexión, hacer del encierro intercambio. También eso, para que los días desde la ventana no nos distancien, para que la internet sirva para algo más que mantenernos lejos.

Texto: Valeria Luna Ramírez y María Clara Valencia.

Foto: María Clara Valencia


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