Cantos como caricias
Mirar por la ventana es también recordar... los días en que las zonas verdes y humedales de la ciudad estaban abiertas para la observación. Hoy esas aves de matorrales, las migrantes y las estacionarias, están libres de fisgones.
Los pájaros cantan en la ventana.
Se oyen tonos múltiples, cantos diversos. Me compartieron esta semana los
resultados de una investigación que clasifica el tipo de especie que canta a
determinadas horas. Dice que los cantores de madrugada no son los mismos de las
10 de la mañana, ni los cantos se parecen.
Los ornitólogos cuentan que las aves suelen hacer más esfuerzo en las ciudades para que su canto se escuche, es la única forma de garantizar el apareamiento. Los machos alzan la voz hasta el límite para que las hembras les presten atención y puedan garantizar huevos de su siembra en la próxima cosecha.
Por estos días imagino sus cantos sosegados porque ya no deben competirle al ruido de los motores ni a los pitos, que es lo que deben hacer a diario las aves citadinas. Los apareamientos de las aves por esta época deben ser más tranquilos. Los miro desde la ventana. Salvo los aleteos de costumbre por la comida, parecen disfrutar el momento.
Al mismo tiempo, encerrados los humanos deben estar procreando por montones. No se necesitan cantos sofisticados. A veces una mirada o una caricia bastan, pese a las múltiples recomendaciones de no acercarnos demasiado.
¿Cuántos niños nacerán al final del coronavirus? me pregunto. Seguramente tendremos un fenómeno parecido al de 1.992 cuando hubo toda una explosión demográfica en Colombia producto del apagón. La generación del apagón es hasta un chiste colectivo en el país.
En estos días, Mauricio Gómez, un cronista de televisión, informó del aumento de divorcios en China después de la crisis en Wuhan y pronosticó lo mismo para el resto del planeta tras la crisis, porque muchas parejas empezaron a conocerse y a desconocerse en el confinamiento obligadas a pasar largas horas juntas. En Wuhan, muchas de esas parejas se miraron como extraños y se preguntaron con horror con quién era que se habían casado. ¿Cuántos se estarán haciendo la misma pregunta en Colombia?
Por ahora, las noticias del país anuncian un aumento exponencial de la violencia intrafamiliar a puerta cerrada. Es que cerrar la puerta también es encontrarnos con lo que somos, es mirarnos al espejo y mirar al otro a los ojos, con las cosas buenas y los demonios. Las convivencias, además, son un desafío en medio de la angustia y de la incertidumbre.
La paciencia, la tolerancia y no la ambición, como lo ha sido en el mundo occidental, son los principales valores en estos tiempos. También lo es la solidaridad, porque sin solidaridad en tiempos de coronavirus no somos nadie.
Los pájaros cantan y al fin, desde casa, tenemos el tiempo y el silencio para escucharlos.
Texto y fotos: María Clara Valencia.