Cuando el camino marca las despedidas

13.05.2020

A veces el paisaje invita a quedarse y a veces indica que es momento de partir, con la nostalgia del que regresa entre recuerdos.   

Una casa en medio del agua se convierte en uno de esos fantasmas del pasado con los que seguimos andando.
Una casa en medio del agua se convierte en uno de esos fantasmas del pasado con los que seguimos andando.

Hoy mi cantante favorito, el Kanka, se despidió de su público después de 50 días de compartir canciones diarias desde su casa. Yo lo disfruté todos los días y su voz quedó coronada en mi memoria de este tiempo. Su segunda canción de hoy fue 'No joda la marrana', un nombre absurdo para un tema tan lindo que es como una oda a la libertad y al ser como a uno le da la gana. Quizás por eso mismo ese nombre que no llama ni invita a nada. Llevaba días pidiéndosela en las redes, pero entre sus cientos de fanáticos y fanáticas mis palabras se perdían en medio de largas listas de comentarios. Oírla hoy en su despedida, como el anuncio de la libertad que volverá al final de las coronas, me conmovió, como solo la música que vale la pena. No vi que nadie más pidiera esa canción (aunque seguro sí lo hicieron) y por eso la asumí como mía, como una respuesta a ese llamado libertario que le hice desde el adentro... Bueno, una de esas ilusiones de aficionada en la distancia, que ansía los conciertos.

Despedirse suele ser difícil, aunque uno lleve tiempo queriendo irse, me quedé pensando cuando lo vi conmovido tras la pantalla recibiendo solo los aplausos de su hermana que estaba a cargo de la cámara. Me quedé pensando que cuando se abran las puertas de alguna manera extrañaremos el adentro, quizás por lo novedosa que ha sido esta experiencia para todos. De este momento quedarán muchas nostalgias aunque hoy estemos ansiosos por abrir las puertas.

Gracias a esa ventana enorme de mi casa por la que miro el jardín, hay pocas cosas del afuera que extraño. Es que el confinamiento para mí también ha significado apertura en la exploración de la escritura, que es siempre un viaje de recuerdos.

Qué paradoja... porque entre los recuerdos recuerdo la opresión que me ha provocado siempre el cierre de los caminos. La sensación de que se estrechan las vías y las posibilidades suele indicarme que es hora de levantar vuelo. Quizás por eso estoy siempre tan cerca del viaje. 

Fueron justamente los caminos que se hicieron agostos los que me llevaron a salir de Cartagena hace unos años. Algunas imágenes empezaron a hacer mella y marcaron mi camino de salida.

Yo viajaba todos los días a la universidad por la ruta más larga porque era gozosa y tranquila. Demoraba una hora transitando por una vía que por estar recién abierta aun conservaba el monte alrededor. Siempre viajaba despacio porque se atravesaban culebras, cangrejos e hicoteas (tortugas), así que yo manejaba lento para poder disfrutarlos y poder detenerme si alguno decidía cruzarse en el medio.

También había un halcón que veía todas las mañanas, sin falta, en la orilla de la carretera y que salía a volar sobre la ruta justo cuando mi carro se acercaba. Verlo era un ritual diario que esperaba con ansias porque me sacaba la primera sonrisa cada mañana.

Cuando una de mis hermanas vino a visitarme, le pareció una exageración que le dijera que el ritual se repetía todos los días, pero, entre el asombro, fue testigo de que era cierto... Cada mañana el pájaro estaba ahí, en el mismo punto esperando a que se acercara el carro para hacer su demostración de vuelo. 

Un día, regresando de la universidad, un vehículo afanado intentó pasarme justo en el momento en el que el ave abría las alas hacia la carretera. Lo único que yo vi fue la trompa del carro acercarse por la izquierda y un instante después, cientos de plumas que cayeron contra mi panorámico. Lloré todo el camino de regreso y supe que se estaba acercando el momento de salir de ahí. Fue un instante de quiebre pese a que al día siguiente no me esperaba uno sino dos pájaros en el mismo lugar de siempre.

Pero hubo algo más... En la orilla de esa misma vía, había una casa construida en medio de un lago.  Yo sentía fascinación por esa casa abandonada que no tenía caminos de entrada, que permanecía ahí suspendida en medio del agua. Todas las mañanas me detenía unos segundos a mirarla, a imaginar los fantasmas que llegaban a nado, a planear estrategias para cruzar la maleza y lanzar una canoa hasta allá. 

Hasta que un día vi que estaban podando el monte y la casa de repente apareció sin techo. Poco a poco su magia se fue desvalijando a medida que le quitaban las ventanas, luego una puerta, los muros empezaron a bajar... 

Empecé a notar que las orillas de esa carretera que hacía parte fundamental de mi felicidad mañanera en el caribe, se estaba transformando de monte a montones de la basura que tiraban los carros a su paso. Permanecer ahí era como seguir caminando  al borde del abismo. Eso que garantizaba mi sonrisa estaba a punto de colapsar entre urbanizaciones, basura y conductores que solo miraban hacia el destino final. Era el momento de alzar vuelo. 

Dejé el caribe entre nostalgias, consciente de que era el tiempo preciso de despedirme. Aun siento nostalgia, a veces, aunque la vida ya siguió por otros rumbos, porque la nostalgia es el viaje de los recuerdos... Un viaje que nos regresará a casa cuando la rutina regrese y en la memoria recuperemos, nostálgicos, los instantes desde la ventana. 

Texto y foto: María Clara Valencia. 

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