Cuando la vida saca los colmillos

21.07.2020

Devorarnos unos a otros... también cuidarnos unos a otros. Las dos acciones hacen parte de lo mismo: el esfuerzo permanente de seguir vivos.

Depredadores: siempre al acecho, siempre listos para sorprender y defender lo suyo.
Depredadores: siempre al acecho, siempre listos para sorprender y defender lo suyo.

Seguimos viendo el mundo tras la pantalla. La televisión repite la palabra Covid en casi todos los canales mientras intentamos seguir a puerta cerrada. Nos enteramos de que Bogotá tiene las Unidades de Cuidados Intensivos al borde del colapso. UCI, que es un palabra con sonido juguetón, se repite casi tanto como Covid. Por estos días UCI no juega, la sola mención de esa sigla aterra.

Cansados de tanta pandemia decidimos en casa pasarnos a algún canal sobre animales... pudo ser NatGeo, Animal Planet o Discovery Channel... en cualquiera de ellos se puede ver ese mundo natural que sigue afuera a pesar de los virus. Esos canales siguen sorprendiendo con las imágenes que hemos visto en Colombia desde que Gloria Valencia de Castaño en 'Naturalia' nos mostraba los primeros cuadros de una naturaleza que iba más allá de los límites de nuestra tropicalidad. En ese entonces no había contracciones de palabras... le decíamos National Geographic, completo. De eso hace ya más de 30 años, quizás. Los animales corren por la pradera, a veces sobre la nieve. Algunos más aparecen entre el agua Se persiguen unos a otros y, de repente, algún depredador abre la boca y logra clavar algún diente en un muslo, en una aleta. La presa lucha, se resiste, luego cae.

A mi mamá siempre le ha aterrado la naturaleza depredadora, esa necesidad que tenemos de devorarnos unos a otros para poder sobrevivir. Ella, que vive queriendo resolver los problemas del mundo, nunca ha entendido por qué tenemos que matarnos para subsistir. Cuando la fiera muerde, ella cierra los ojos.

Trabajadora social de profesión y vocación, mi mamá anda jorobada, despacio, quizás por cargarse las miserias de la humanidad, que son tantas, tan pesadas y tan agobiantes. Ella quisiera solucionarlas todas con sus propias manos, lograr que el mundo a su alrededor sea menos injusto, menos sufrido (¿quién no?). De ahí que tenga decenas de hijos regados por todas partes aunque por su barriga solo hayamos pasado tres. Hijos que la llaman a diario dolientes, hambrientos, tristes, enfermos, deprimidos... para todos ella tiene oído de religiosa, paciencia de santo, una mano extendida, alguna solución de paso y la angustia por lo de todos que se va acumulando en su espalda. A veces se le pasa a la rodilla y le corta el caminar, le duele.

Su lista de encomendados a la Virgen auxiliadora, a la que le reza todos los días, sin falta, es larga y verificada día a día... para que no falte nadie y a la virgencita no se le embolaten los nombres ni los milagros.

Pero el colmillo de los carnívoros que entra en el cuerpo de la víctima es como funciona este mundo: pierden unos para que otros ganen. Es así como se recicla la existencia. "La vie c'est canibal" (la vida es caníbal) ', le oí decir a un viejo sabio en la película 'Génesis', de Claude Nuridsany y Marie Pérennou, los mismos de 'Microcosmos, la gente de la hierba' (esa que mostraba a los caracoles seduciéndose de la que conté hace unos días). Génesis es la explicación de la vida. Una película filmada entre especies extrañas de decenas de países que muestra el origen y las maneras como evolucionamos, y cómo devorándonos unos a otros logramos sobrevivir en ese flujo que es siempre como el del agua: pasajero.

Es difícil no ponerse de parte de la víctima mientras uno la ve caer rendida... recuerdo una vez en Cartagena, un gato en la universidad perseguía a un pájaro herido. Lo vimos apenas se lo metió en la boca y un profesor salió corriendo a espantarlo. El gato soltó el pájaro del susto y se perdió entre el matorral. Regresamos a nuestra conversación satisfechos por la vida recién salvada... una de ellas.

Pero nada es evidente y tomar una postura no es fácil ¿De qué lado estamos? Hace años aprendí una lección al respecto mientras vivía en la Florida. De entre los amplios pastizales de la universidad en la que estudiaba vi que salieron varios pájaros dándole picotazos en la cabeza a un gato. Le estaban dando durísimo mientras el gato se contraía para soportar los golpes que le caían contra el cráneo. Mi primera reacción fue celebrar la defensa de las aves que seguro habían sacado al gato corriendo de su nido, pero de repente el gato logró escabullirse y se metió bajo un camión. Entonces vi que desde las llantas del vehículo salían varios gaticos recién nacidos... cada quién está defendiendo lo suyo en un mundo que no se mueve en blanco y negro, entendí.

Los buenos y los malos no existen. Todos lo somos, de un bando y del otro a la vez. Esa fue para mí una lección de vida fundamental y también una lección de periodismo que me permitió nunca más pensar en buenos y malos a la hora de reportear y escribir historias. Al contrario, la idea es siempre procurar desenmarañar la complejidad. Empatizar es intentar ponerse en los zapatos del otro. Pero ese otro somos todos, intentando transitar en contextos complejos en los que el gris es mucho más real que el blanco o el negro.

Las víctimas, los victimarios... en el mundo real todos jugamos en ambos bandos. Mi mamá mira la pantalla y todavía se arruga ante las imágenes de los colmillos que se insertan.

Texto y foto: María Clara Valencia. 

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