De dobleces y otras risas

10.04.2020

El origami es un arte de dobleces que si no termina en figuras estilizadas y concretas, puede por lo menos, doblegar de la risa a los artistas. 

El confinamiento nos conecta como se conectan las puntas mal dobladas del papel.
El confinamiento nos conecta como se conectan las puntas mal dobladas del papel.

Estar en contacto con la familia en estos días ha sido importante. Ya que no puedo armar guerras de cosquillas con mis sobrinos en estos días y que he tenido que dejar en reposo el ponedor de besos que tengo instalado en el cachete, las actividades en línea han sido la estrategia que nos ha permitido estar cerca.

Mis sobrinos están creciendo en un contexto de creatividad permanente. No conozco nadie más ocurrente y llena de ideas que mi hermana, quien ha hecho de su casa un campo de juego y exploración, y quien cada cumpleaños de sus hijos arma sofisticados montajes que van desde teatros con camerino hasta complejas pistas de lanzamiento de balones, usualmente con materiales reciclados, sin platos plásticos y evitando el desperdicio al máximo. No es de extrañar, entonces, el talento de mi sobrino mayor con las matemáticas. Con papás ingenieros, él ha crecido con los números como un divertimento. "Es que son súper fáciles, porque es como jugar", me dijo una vez cuando le pregunté por su materia favorita, a mí, que cuando intento juntar dos más dos usualmente me sale cinco.

La niña tiene un tremendo talento manual. Apenas juntó dos dígitos en su almanaque y ya cose, con tanto interés, que un día le pidió permiso a la mamá para desbaratar un pantalón viejo y poder explorar cómo se hace. El más chiquito, que nació en un contexto de académicos (y aprendices de albañilería de fines de semana), con apenas meses, tiene, por ahora, un talento extraordinario para sonreír casi siempre y hacernos sonreír a todos. Pocas cosas tan lindas como ese niño.

Ayer decidimos conectarnos para que la niña nos enseñara cómo hacer figuras de origami. Ella doblaba la hoja con rapidez de malabar mientras nosotros intentábamos seguirle el ritmo... anduvo kilómetros mientras nosotros avanzamos dos pasos. Entonces lo hizo lentamente... pero, aun así, no lográbamos seguirle los dobleces. Empezamos con el proyecto de crear un porta celular que a ella le pareció de lo más simple. Al quinto doblez ya estábamos perdidos. Arrugamos nuestras hojas por un lado y por otro, pero nada de lo que hicimos se pareció al porta celular que ella nos mostraba, que deshacía y rehacía al otro lado del computador.

No pudimos más que reventar en risas de ver nuestra inutilidad... el gen del talento manual definitivamente no lo heredó de los abuelos maternos ni de la titi.

Rendida ante lo evidente, decidió que mejor hiciéramos un pájaro... y empezamos con nueva hoja a hacer otras formas. La imagen del pájaro empezó a tomar cara cuando ella sacó el pico... hicimos lo mismo, pero cada uno sacó su propia especie. Lo mismo con las alas... las de ella se levantaron como de cisne mientras las nuestras, apenas las de un pollito recién nacido y eso... Vivimos en un país megadiverso, el país más rico en aves del mundo, pensé. Nuestro ejercicio era un ejemplo de diversidad, de picos multiformes y alas en todos los sentidos...

Tuvimos que suspender varias veces para poder ir al baño entre tanta carcajada. La niña dibujó en el papel números y líneas para facilitar el proceso... pero por algún motivo misterioso su hoja respondía mejor que la nuestra y mientras ella deshacía y rehacía su pájaro 10 veces, nosotros continuábamos en unas alas que hubieran mantenido en tierra a cualquier especie.

De la clase de origami terminamos llamándonos los "oriburros".

"... pide que el camino sea largo/ lleno de aventuras, lleno de experiencias./ No temas a los lestrigones ni a los cíclopes/ ni al colérico Poseidón"... decía Kavafis en su poema a Ítaca. De porta celulares y aves voladoras poco supimos. Pero nuestra risa de lágrima suelta fue tan amplia que el camino del papel hacia la caneca se hizo gozoso y claro que valió la pena.

Permanecer a puerta a cerrada a veces abre otras puertas.

Texto y foto: María Clara Valencia

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