De regreso en el nido

27.07.2020

Si vamos a ser pájaros, hay que tener una rama a la que regresar tras el vuelo. Que las plumas caigan sobre la almohada como si acogieran las alas.   

Alto, como un árbol, también recibe la visita de los voladores.
Alto, como un árbol, también recibe la visita de los voladores.

He regresado al nido. Llevo días destapando cajas, desempolvando libros, limpiando lozas y objetos que llevaban casi una década arrumados en un rincón. Ya el nido va tomando forma de nuevo. Se limpiaron las ventanas y se cortaron algunas ramas que impedían el paso de la luz. Ahora el parque, visto desde la ventana, reluce con sus verdes grandioso. Los pájaros llegan temprano y a ellos les siguen las abejas, los abejorros. Una abeja reina, del tamaño de mi dedo gordo, se pasea chupando flores. ¡Es hermosa! ojalá regrese a diario.

Por la zona verde corren los perros y los dueños encaretados caminan felices y agradecidos por el permiso que por estos días les dan los canes de salir. Cargar bolsitas para el popó de perro es una excusa para respirar aire y tomar algo de sol.

El nido... que sigue tan bello como cuando lo dejé hace casi una década para mudarme al caribe. Menos mal estuvo ocupado con cariño estos años porque la energía abrigadora y de hogar se mantiene.

Abro las cajas de los libros y encuentro varias arañitas intelectuales que llevan años paseándose entre las hojas y haciendo telares entre las letras. ¿Cuál será su título favorito? Me pregunto. Llevan años leyendo sin interrupción. Ahora deben buscar nuevas páginas, quizás en los apartamentos vecinos, mientras el polvo cae de las portadas que ven la luz de nuevo y las hojas vuelven a los estantes.

Una vieja mesa que pasó hace poco por pintura luce como nueva en el comedor. Los muebles arrumados por años llevan encima una nueva piel que invita al disfrute y a la conversa. La cama que reposaba en un rincón hoy vuelve a sostener mi cuerpo. 

Abro los cajones vacíos y empiezo a rellenar con los mismos objetos de hace décadas, aunque muchos quedarán en las cajas o encontrarán nuevos dueños... yo quisiera vivir con poco para mantener la maleta ligera y porque no necesito más. Es un propósito, aunque a veces es difícil medir el ritmo con el que se van llenando los espacios... hasta que toca mudarse, y entonces uno nota la acumulación.

En las paredes blancas cuelgo solo dos cuadros, quién sabe si luego lleguen más. Quizás deje los muros limpios para que el lugar sea solo espacio, para que se abra como una puerta que invita a entrar o salir cuando quiera, a moverse como lo hace el viento, como las hojas o como las aves.

El nido... que brilla en maderas, el nido por el que entra el sol en la mañana y en la tarde; el nido que mira al parque por el que circulan los niños en bicicleta. El nido que está a la altura de los pájaros y que se extiende como una rama más. El nido que lleva años aguardando por mí. Ya estoy de vuelta.

Texto y foto: María Clara Valencia

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