¿Qué será del cuerpo?

31.03.2020

Los pájaros llegan al jardín y se aglomeran sin miedo. No le temen al roce entre ellos. Mientras los miro desde la ventana, pienso que, confinados y en medio de la incertidumbre, nuestra relación con el cuerpo está cambiando. 

Salimos a la calle con tapabocas, cuando podemos hacerlo para comprar comida o medicamentos. Pienso que somos el reflejo de una sociedad que está muy enferma y reflexiono sobre lo que esta circunstancia implica frente a nuestras relaciones con el cuerpo.

Llevo meses lidiando con una hernia discal que apareció en medio de un maravilloso viaje de trabajo a la Amazonia. Sentir dolor me aterra, me aterran los límites que un dolor de espalda pueda imponer sobre mi vida. La posibilidad de no poder volver a bailar, por ejemplo o la limitación en término de viajes, que es lo que más disfruto en la vida.

Llevo meses, desde entonces, reflexionando sobre la relación con mi cuerpo que lleva más de 30 años lidiando con las secuelas de un accidente infantil que dejó mi lado izquierdo con una movilidad reducida. Más de 30 años en los que no he podido aceptar esa pequeña limitación que me hace caminar con ritmo de pequeños golpes a dos tiempos y que le da a mi mano izquierda una personalidad propia conectada a mis estados de ánimo. Cuando estoy tensa, la mano simplemente no funciona. El resto del tiempo lo hace a su manera.

Más de 30 años lleva mi cuerpo intentando compensar sus desbalances, y lo ha logrado con cierto éxito, hasta hace unos meses cuando salió esa hernia exacerbada por malas posturas y varios movimientos en falso. Mi cuerpo comenzó a hablar. De eso fui consciente el año pasado cuando empezaron los dolores. Tengo apenas 43 años y no soporto la posibilidad de un futuro en medio de una discapacidad mayor a la que ya tengo, que es sutil y me ha permitido hacer hasta hoy lo que he querido.

El deterioro del cuerpo me aterra, así como me aterran los límites, porque me he pasado la vida, de eso soy consciente ahora, intentando superar límites para hacer lo que he soñado. El escenario de limitación me parece insoportable y un agudo dolor de espalda y de piernas que surgió en medio de uno de los proyectos más lindos en los que he trabajado en la vida, me llenó de angustia y me tumbó en lágrimas largas noches. Pero terminé el proyecto y todos los viajes a las comunidades amazónicas que me correspondían a pesar del dolor. El futuro sigue siendo incierto. El dolor continúa a pesar de que intento hacer ejercicios y mejorar mis posturas.

Pero hoy la incertidumbre frente al futuro del cuerpo no es solo mía y los límites no son solo los que por ahora imponen mi espalda y mi lado izquierdo. Con el mundo a puerta cerrada, hay nuevos límites impuestos.

Más allá del confinamiento, hay un límite que nos impone a todos el Covid 19 frente a la relación con nuestros cuerpos y con el de los otros.

Nuestro cuerpo, ese algo que llevamos a diario y que a veces tose, como lo ha hecho siempre, pero que hoy nos horroriza. Nos lavamos las manos hasta pelarse la piel y cualquier estornudo nos llena de preguntas. No sabemos si el nuestro es criollo o viene de la China, como casi todo lo que consumimos.

Ya no pensamos en esas gripas de estación que vienen cada temporada de lluvias, sino que al primer estornudo viajamos al Asia y revolotean por nuestra cabeza murciélagos aterradores que por un movimiento de máquinas y no de alas, terminó viajando miles de kilómetros hasta nuestras puertas, si es que acaso es verdad que todo salió de un murciélago, como se sugiere sin certezas hasta el momento, y no de cualquier otro animal. Tenernos miedo a nosotros mismos, esa es una consecuencia más del Covid 19.

Anoche en el noticiero, el infectólogo de turno en una entrevista, recomendó aplazar el sexo en pareja y dedicarnos a nosotros mismos. Jamás había visto una recomendación de masturbación en un noticiero, pero me dejó pensando sobre lo que eso significa. ¿Exploraremos nuestros deseos más íntimos en contacto con nosotros mismos durante esta cuarentena? ¿Seremos expertos en lo que de verdad nos gusta y al otro lado del coronavirus podremos explicarle a nuestras parejas los intríngulis de nuestro deseo y de las caricias? ¿Acaso podremos comunicar mejor nuestro cuerpo cuando se abran las puertas y podamos, de nuevo, abrir las piernas y llenarnos mutuamente de babas y de besos?

El distanciamiento social, necesario, impone formas distintas de relacionarnos, más a nosotros los colombianos que somos querendones y tocadores.

¿Cómo será al otro lado del coronavirus con tanto aplazamiento de abrazos con los amigos? saldremos corriendo como toros de lidia a tocarnos? ¿o la sospecha se instalará en nuestra psique?

Me pregunto, por ejemplo, ¿qué será de los hostales en los que dormí tantas veces, en tantos viajes? ¿cuándo recuperaremos la confianza de compartir respiraciones en un mismo cuarto, de soportar ronquidos extraños y de utilizar los mismos baños a medio limpiar?

¿Volveremos a besar extraños en los bares, a compartir la cercanía de la salsa o del tango en esos bailaderos de socavón donde escasamente circula el aire y todos terminamos tocándonos y sudando entre volteretas?

Los sudores nunca antes habían generado sospecha, no en mi contexto y mientra yo he estado viva, hasta ahora.

Hace pocas semanas estuve en un evento amazónico como parte de mi trabajo. En la reunión circulaba una única totuma de chicha de la que todos bebimos. Hacía parte del crear comunidad, del dialogar como hermanos. Inconcebible ahora. ¿Qué pasará con esos encuentros de hermandad? ¿con los espacios del compartir, con el pasar el mate tan propio de los argentinos, con el circular de mano en mano las hoja de coca tan fundamental de muchas comunidades indígenas, con los porros que comparten los amigos y con las pipas de la paz?

El miedo nos impone límites. Más que al Covid 19, le tengo miedo a los límites y a las transformaciones que eso implica para cada uno y para todos como sociedad.

Texto y foto: María Clara Valencia. 


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