Estrías como caminos de agua

10.12.2020

El cuerpo va guardando las marcas de la vida que se abre paso entre tropiezos, haciendo de las trochas recién abiertas caminos. La piel acumula los senderos. 

Estrías que corren como los ríos sobre los que transitan las historias.
Estrías que corren como los ríos sobre los que transitan las historias.

Por estos días se empiezan a publicar las reflexiones sobre los aprendizajes que muchos han tenido en este año extraño... menos mal se está acabando, dicen algunos, como si después del 31 de diciembre no siguiera otro día parecido al anterior, como si el 2021 sí prometiera escenarios alentadores en medio de una pandemia que no termina.

El caso es que después de leer alguna de esas publicaciones que hablaba de lo interior y del reencuentro personal y con la familia, yo también me puse a pensar en lo aprendido, en lo que me deja el 2020 que es tan escaso en nostalgias... y pienso en este 'de vez en cuando' Desde la Ventana, publicado en las páginas de Yuca Pelá que se ha convertido en mi mayor aprendizaje, en mi exorcismo, en el camino por el que mis dolores viejos salen a la luz y hacen catarsis. Reflexionar sobre la vida a viva voz para desatorar lo atorado, como quien remueve las cañerías de la existencia, ha sido uno de los principales ejercicios de este año en el que las piscinas cerraron las puertas y las brazadas quedaron en pausa.

Mi cuerpo ha sido el protagonista de ese reflexionar lleno de palabras que han querido circular como un bálsamo por la columna para hacerle frente a los dolores. Palabras como caricias que también han sido miradas y han sido mimos y han sido aceptación y amor propio. La espalda, tan adolorida por temporadas, ha sido la inspiración, el camino que me ha llevado a redescubrir mi cuerpo.

En estos días me quedé mirándome las piernas a propósito de un comentario que hizo alguien sobre las estrías. Mis piernas... torneadas como han sido siempre, carnudas, caderonas y también desde hace algunos años con estrías.

En el mercado de la vanidad se ofrecen miles de cremas distintas para combatirlas. Compré algunas hace tiempo y las apliqué con disciplina hasta que entendí que ellas estaban ahí para quedarse porque son como los caminos de una vida llena de historias como la mía.

Es natural que una mujer de 44 años tenga marcas en el cuerpo porque ellas hablan de lo que ha vivido. No tener marcas ni cicatrices es no tener nada para contar, es haber transitado por los días sin recuerdos que vagan la pena.

La piel va dibujando los pasos, los bailes y también los traspiés. Las estrías que bajan por los muslos son como caminos curvos que se bifurcan y luego vuelven a juntarse, unas estrías lindas que bajan por las piernas como ríos en caudales torrentosos, se me ocurrió al mirarlas.

La vida no camina en línea recta ni las estrías se pintan con regla, porque llevan las marcas del agua que viaja con soltura, con el fluir de las corrientes y entre tropiezos. Las estrías no son trazas de carreteras pavimentadas sino de trochas, de sendas estrechas por las que nos hemos abierto paso, pese a los antojos, tantas veces, de claudicar.

Soy una mujer de 44 años, muchos viajes, muchas caminatas, varias caídas y tantísimos relatos... ¿Cómo no voy a tener estrías? Seguirán creciendo, seguramente, como un mapa en construcción a medida que se abran nuevos senderos.

También he pensado en las canas... Tengo muchas. Pasé la mayor parte de la cuarentena con el pelo blanco decidida a que el cuerpo fuera lo que es sin imposiciones mientras permanecíamos adentro. Hasta que un día me vi demasiado vieja en el espejo y entonces le puse color. Pero ellas persisten y ya han vuelto a asomar sus tonos en la raíces de la cabeza. Las canas... que también son historia, la vida vivida, los pensamientos guardados y los aprendizajes, las ideas que bajan hasta los hombros.

Ser una mujer de canas, aunque las tape, da cuenta de los muchos años, de las muchas risas, también de las tristezas. Las canas dan cuenta de las noches de bohemia, de las copas compartidas, de los brindis. Las canas brillan como las estrellas que en la noche recuerdan que por ahí ha pasado el día. Las canas son como la nieve que supo que alguna vez fue verano, como flores que recuerdan haber sido capullo. Las canas, incluso bajo los tintes, son la vida transformada en experiencia, en lección, en recuerdo. Lo vivido, que como lo bailado, nadie lo quita, dicen los que saben de carnavales. El blanco que se abre paso con el trasegar de las anécdotas.

Leo que la mayoría de los animales blancos tienen su color como una forma de camuflaje en invierno". ¿Acaso mis blancas canas se camuflan entre el invierno de mi vida que se aproxima? 

Y leo sobre lo que significa el color: blanco pureza, blanco inocencia, dice por ahí, pero creo que instalado en la cabeza quizás sea todo lo contrario: blanco como la inocencia perdida, blanco de matices distintos, como el que sabe que la pureza no existe.

Bien saben de ello los inuit (que aquí conocemos como esquimales) que tienen, según leo, siete palabras diferentes para siete diferentes matices de blanco. También ese color tiene varias versiones el sánscrito, con palabras específicas para blanco brillante, el blanco de dientes, el blanco de sándalo, el blanco de la luna de otoño, el blanco de plata, el blanco de leche de vaca, el blanco de perlas, el blanco de un rayo de sol y el blanco de las estrellas. Me pregunto si mis canas serán blanco plata o quizás de luna de otoño. Lo cierto es que no es un blanco inocente ni puro, sino todo lo contrario.... se ha blanqueado a punta de inocencia perdida y de impureza saboreada entre ácidos, salados y dulces, como una limonada de coco o un mango biche con sal entre la boca.

Justamente, leo que shuklá es una de las palabras para el blanco en sánscrito. Esa misma palabra (quizás sin la tilde) en la India antigua era el grado más alto que se confería a aquellos brahmanes que habían completado su conocimiento de las cuatro Vedas y habían obtenido una educación más extensa, habiendo viajado por lo menos durante once años. Así, el blanco shuklá, que es también el color de la luna llena, cuando se relaciona con la pureza y la inocencia no deja de ser una mera ingenuidad... o sin ingenuidades, un proyecto político de la Europa colonizadora que se empeñó en imponer el color predominante de su piel como una imagen de bondad y un modelo a seguir.

A mí me gusta más el conocimiento que la inocencia, el blanco luna de otoño que es misterio y pregunta y que no es pureza sino mancha, blanco impuro, como lo es mi cabeza de pensamientos dispares y de escritura.

Estrías como ríos que corren... canas plata como luna manchada, como el conocimiento que baja hasta los hombros y que sigue asomando en la raíz.

Texto y foto: María Clara Valencia.


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