Extrañar desde la ventana

07.04.2020

Escuchar el cuerpo para reconocer qué extrañamos de esa vida corriente que hoy está suspendida. La corriente ha bajado su ritmo, estamos en pausa.

Los abrazos nos acercan. Hoy, la distancia nos cuida
Los abrazos nos acercan. Hoy, la distancia nos cuida


Mantenerse a puerta cerrada es también reflexionar sobre el afuera...

Mi obsesión de los últimos meses ha sido mi espalda y las reacciones de un cuerpo que grita cada vez más fuerte. Así que mientras mi cuerpo levanta la voz, yo intento pensar en lo que extraño y lo primero que se me viene a la mente son las jornadas de natación que estaba haciendo a diario para poder dialogar con mi columna en calma, antes de que el mundo se paralizara. Extraño el agua, las meditaciones entre brazadas y el esfuerzo consciente que estaba haciendo por cambiar posturas en cada estilo para cuidar el tronco. El dolor nos hace distintos, distintos incluso entre patadas y respiración. Extraño mucho esa natación que me estaba conectando con el cuerpo y que estaba tejiendo un hilo de comunicación con mis músculos y mis huesos. Hoy las cajas de compensación están cerradas.

Ahora me dedico a los ejercicios secos, a los estiramientos del pilates, al mover el cuello en círculos para poder seguir mirando en todas las direcciones y no perder la perspectiva, pero no es lo mismo meditar sobre el agua que hacer movimientos en tierra. Ojalá mi cuerpo responda, ojalá podamos conversar, aunque ya no lo hagamos entre el cloro ni la humedad.

Extrañar... también extraño la posibilidad del viaje. Me gusta la vida entre el monte, las lanchas, los aviones y el escritorio... así me he pasado la vida adulta, pero los dolores de los últimos meses han limitado algunos desplazamientos... no es un problema del Covid 19, es un tema de mi cuerpo gritando, de mi cuerpo quejándose por la falta de atención de años.

También extraño las largas jornadas que pasaba frente al computador. Tengo una gran capacidad de concentración y antes de que mi espalda doliera podía quedarme el día entero sacándole ideas a las teclas. Ahora tengo que levantarme cada rato para poder soportar el colchón en la noche. Es lo que debí hacer desde hace tiempo... hasta ahora estoy aprendiendo. Conversar con el cuerpo es todo un ejercicio de aprendizaje y reconocimiento.

Le pregunto a los amigos qué extrañan e inmediatamente una amiga me responde que van apenas dos semanas, que aún no ha tenido tiempo de extrañar. Pero ya el presidente anunció que la cuarentena se amplía por dos semanas más. Ya habrá tiempo de extrañar para ella. Los demás extrañan cosas variopintas, empezando por los abrazos querendones de la familia y de los amigos, el aproximarse a las personas sin miedo, los chicles de la esquina, el suero costeño (el mejor invento de la tecnología costeña, sin duda); algunos solían ir a jugar tenis y a otros se les hace agua la boca recordando las alitas de pollo de los restaurantes... a domicilio no saben igual, seguramente, nunca lo han sabido.

Viví en Holanda un tiempo, un país chiquitito cuyo mayor encanto es la libertad de salir en bicicleta y la infraestructura que existe para recorrer todo el territorio a pedal. También extraño, como varios, las salidas en bici. Leo las noticias y me entero de que los holandeses no han parado de andar en cicla en medio de esa "cuarentena inteligente" que sigue sumando infectados y muertos en ese país. A Mark Rutte, primer ministro de Holanda, esa política de libertad e inmunización colectiva se le podría salir de las manos... ya se anuncian colapsos en el sistema de salud de ese país, un país del primer mundo (¿en qué número estamos nosotros? me pregunto). Extrañar el pedal...

Algunos amigos me cuentan de lo difícil que es la distancia con los suyos... A mí, estar con mis papás en estos momentos me llena de calma porque entre los cinco que vivimos en casa hacemos esfuerzos por contenernos en medio de la incertidumbre y el miedo. Mis hermanas y sobrinos están lejos... con ellos inventamos juegos por internet, radios en línea y anécdotas para compartir casi todos los días. Pero darles besos y cosquillas a los chiquitos, conversar a rienda suelta con mis hermanas... eso extraño. 

Otros extrañan las lluvias en la cara... llueve en las noches de Bogotá por estos días, pero el caer de las gotas nos toca desde la ventana. Ya no hay botas pantaneras sobre los charcos ni buses con olor a perro mojado. Extrañar en Bogotá también es eso...

Es que en estos días, eso puede ser en sí mismo extraño... una amiga me sorprendió contándome cuánto extrañaba los tumultos de Transmilenio que ha odiado siempre, ahora que la ciudad es más parecida a una pueblo fantasma que a una capital. Otra amiga más, estudiante de la Distrital, me cuenta que sus compañeros comparten fotos de protestas y pedreas con mensajes que dicen... "los tiempos en los que hemos sido felices y no lo sabíamos". Aun la protesta social, la evidencia de nuestras desigualdades, la violencia que ya nos es costumbre... extrañamos todo, incluso el horror.

Extrañar... mirar desde la ventana y seguir suspendidos en el presente.

Texto y foto: María Clara Valencia. 


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