Gaitas, las compañeras de viaje del Árbol Rojo

04.04.2022
Gaimará, durante el lanzamiento nacional del Árbol Rojo
Gaimará, durante el lanzamiento nacional del Árbol Rojo

Un sexteto de gaiteros de Barrancabermeja fue el encargado de cerrar esta película que recorre los caminos desde el Caribe hasta el centro del país. 

Un senda  abierta, o apenas entreabierta por las circunstancias que a veces hacen los pasos duros, lentos, a traspiés. Un trasegar entre pisos térmicos, de las costas del caribe al páramo, del páramo a los terrenos templados, de los pisos templados a la sabana, de la sabana a Bogotá.

De eso habla la película el Árbol Rojo, una producción de Joan Gómez Endara que recorre los caminos que en Colombia van desde San Jacinto, Bolívar, hasta la capital.

El Árbol Rojo es una historia de familia con dos hermanos como protagonistas, un hombre y una niña: Eliecer y Esperanza (protagonizada por Carlos Vergara y Shaday Velásquez). Ambos se conocen entre la precariedad y el abandono. Ambos huérfanos de un padre músico, gaitero, fiestero y andariego, que a ella la dejó pequeña e indefensa tras su muerte y a él, abandonado hace tiempo, con sus sueños frustrados de hijo-músico lleno de heridas y resentimientos. La misión de ambos: encontrar en Bogotá a la madre de la pequeña, una de las tantas mujeres que pasaron por la cama del gaitero en sus correrías musicales y de la que se sabe poco tras el nacimiento de la menor.

La historia toca los bolsillos de la pobreza, toca el dolor de la guerra en esos territorios apartados que se conectan apenas por caminos viejos, tan distantes siempre de las realidades de la ciudad. En medio de ese subsistir al ras, que es el de tantos en Colombia, viajan estos dos hermanos, en compañía de Toño (Jhoyner Salgado), un joven lanchero, con lo que pueden, en lo que van encontrando mientras estiran el brazo al borde de la carretera. El viaje por el que atraviesan las amenazas paramilitares, los reclutamientos forzados de la guerrilla, los puestos de control del ejército... es el de tantos en Colombia, donde el dinero no alcanza y la solidaridad es la única que permite seguir con vida y seguir adelante hacia la capital.

Al fondo se escuchan las gaitas del caribe que acompañan el trayecto...

En el lanzamiento nacional de la película durante el 61 Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Ficci), que se llevó a cabo del 16 al 21 de marzo de 2022, tuve la fortuna de compartir palco en el teatro Adolfo Mejía con Gaimará, el sexteto de gaiteros a cargo de la banda sonora de la película. Gaimará llegó a la producción tras un golpe de suerte y de talento cuando los productores descubrieron en Youtube la canción Pájaro de la Montaña, de Óscar Hernández y contactaron a la banda.

Por esos inconvenientes que ya no son extraños en los escenarios de Cartagena, la luz se fue en mitad de la proyección, así que mientras el público desconcertado esperaba la reanudación de la película, yo tuve tiempo de hablar con los Gaimará quienes veían la película por primera vez y comentaban cada escena como si fuese un recordatorio de sus propias vidas:

"Muchas veces nos salvamos de los reclutadores por ser músicos", dijo Óscar Hernández, director de la banda mientras transcurría ese espacio de oscuridad en el teatro. Su vida en Barrancabermeja, donde se originó el grupo, y la de sus artistas, ha estado marcada por la guerra. Muchos actores armados ha sido aficionados a la gaita y los músicos se han visto obligados a tocar en sus reuniones. Las dos canciones más populares: Candelaria y la Mica Prieta, originales de los gaiteros de San Jacinto, han sonado una y otra vez en fiestas guerrilleras y paramilitares.

Así, para los Gaimará, el Árbol Rojo es como el recuerdo de su propio camino sorteando con cantos la violencia. Cuentan que cuando los pueblos cerraban sus puertas por toques de queda impuestos por distintos grupos armados, ellos, los músicos, eran los únicos autorizados para seguir circulando. En algún lugar los esperaban para tocar. Además, "a los músicos no nos reclutaban por respeto", comentó Kevin Acevedo, tamborero de la agrupación. Es que en muchos lugares los sones no han dejado su murmullo pese a la guerra, los ritmos han seguido en medio del traqueteo de las armas. Quizás para recordarnos entre tanta muerte que seguimos vivos. 

Por eso, no es extraño ver en los festivales a los miembros de uno u otro grupo disfrutando vestidos de civil, comentan los músicos. También, en medio de la desidia estatal para fortalecer la cultura, han sido múltiples veces los grupos armados ilegales los que han apoyado a las bandas para poder sobrevivir y participar en festivales. A Gaimará, por ejemplo, fue uno de esos grupos el que le donó el dinero para comprar los primeros tambores cuando los artistas, aun adolescentes, soñaban con crear la agrupación. Ya llevan 25 años tocando.

Regresa la luz en el teatro y mientras suena la gaita al fondo volvemos a los caminos del Árbol Rojo. Un árbol que acompaña el Pájaro de la Montaña, como los tantos árboles y pájaros sobre los que suelen componer los gaiteros.

El Pájaro de la Montaña sigue ese recorrido conmovedor en busca de las raíces familiares, un tema que ha obsesionado por años a Joan Gómez Endara, el director de la película. "Uno no escoge la familia y adentrarse en esa relación es un ejercicio psicológico y del alma", explica. Lo mismo pasa con la gaita, pues adentrarse en sus sonidos es adentrarse en un saber familiar, transmitido de generación en generación, de padres a hijos, con los mismos dolores y alegrías de aquellos que andan entre las raíces del Árbol Rojo. 


Texto y foto: María Clara Valencia. 


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