Hacer comunidad como un acto de resistencia
Las caricias en la distancia son las miradas y las sonrisas con las que los amigos se comparten el afecto y las buenas noticias en época de pandemia.

A veces solo necesitamos una caricia, un abrazo... ese acto simple que hoy está prohibido.
Alguna vez una estudiante de la universidad se lanzó a mis brazos después de clase. Estuvo ahí un rato. Dijo que a veces uno necesita un abrazo, nada más. No supe si lo decía por mí o por ella, pero fue un instante bonito que yo respondí en silencio.
Las caricias y los abrazos se han transformado en este momento porque han pasado de ser demostraciones de afecto a amenazas. Y digo se han transformado porque no han desaparecido entre quienes se quieren, aunque estemos lejos.
En estos días vinieron los vecinos. Timbraron y pidieron que nos asomáramos a la ventana del segundo piso. Nos asomamos todos. Entonces desdoblaron un letrero: "Vamos a ser abuelos", decía.
Se fueron de casa en casa para anunciarles a sus amigos la buena nueva. Desde las ventanas todos sonreían, lanzaban besos y sonrisas. No hubo cercanías pero estábamos todos cerca...
Ese momento tan bello me dejó pensando en una charla que escuché en estos días sobre la importancia de las miradas, de mirarse a uno mismo y de mirar al otro. En medio del evento, el conferencista mencionó a Rudolf Steiner, el creador de la antroposofía, que es el estudio que intenta relacionar el ámbito espiritual universal con la espiritualidad del ser humano y la capacidad del ser humano para percibir acontecimientos más allá de lo visible.
Decía el conferencista que Steiner descubrió que además de las cosas básicas como alimento y agua, todos necesitamos caricias, aunque sean caricias en la distancia, como una mirada.
Ya escribí de la importancia de las miradas, de cómo pueden cambiar vidas, pero esta nueva mirada que es una caricia del que comparte las alegrías en las distancia me pareció digna de relatar porque es una mirada-caricia que nos permite estar cerca, no olvidar la comunidad que somos aunque los virus nos mantengan lejos.
Mirar como una caricia es también ser consciente de las diferencias, de las desigualdades dolorosas que nos rodean.
En los alrededores de Bogotá los campesinos se quejan de los finqueros que han hecho de esta cuarentena una fiesta, de los que decidieron quedarse en sus casas de campo pero se reúnen en montoneras a beber o salen en cabalgatas que bien podrían contagiar todo a su paso.
Miradas como caricias es entender que hay una diferencia entre terminar hospitalizado en la clínica Santa Fe de Bogotá o en el centro de salud de un pueblo, donde apenas hay un enfermera por turnos. Miradas como caricias es entender la vulnerabilidad del otro, ser compasivo con el que sufre las diferencias, ser empático, ponerse en los zapatos del vecino. Más si el vecino es un campesino dedicado a sembrar comida aunque a veces no le quede nada para poner sobre la mesa.
Pero mirar como una caricia es difícil en este país en el que el encargado de atender a las miles de víctimas que han sido desplazadas, ultrajadas, que deben vivir en la orfandad y el hambre después de más de 50 años de conflicto armado, es el hijo de uno de los paramilitares más temibles del país, el hijo de uno de esos que son cómplices de las peores masacres que ha sufrido Colombia, que son las del Caribe.
Llevamos años oyendo de Jorge 40... Hoy está en la cárcel en Estados Unidos. Ahora le tocó el turno al 41, a cargo de las víctimas pero desde la posición de los victimarios.
Tener empatía en un país en el que el gobierno monta toda la carga del horror para hacerse cargo de los vulnerables es un acto de rebeldía... ese es el país que tenemos.
Menos mal entre la gente, entre las pequeñas comunidades, siguen existiendo los abrazos, las celebraciones, la alegría, el compartir, aunque sea a la distancia. Compartir en este país es un acto de resistencia que nos devuelve a esa humanidad que desde el poder nos invitan a perderla.
Texto: María Clara valencia.
Foto: Lina Sánchez.