La ciudad está de regreso
Afuera se reactiva un mundo que ya no conocemos, un mundo que amenaza por todos los flancos... entre coronas y hambre, el país ha vuelto a la marcha.
En estos días se activaron las obras. Regresó su estruendo suspendido por semanas. El canto de las aves ya no domina la escena, compite con los golpes en el concreto, con las sirenas que anuncian alguna reversa. Veo las grúas moverse y los taladros retumban en la ventana.
El celador hace rondas cada vez más seguido roseando desinfectante por toda la cuadra. Los domiciliarios vienen y van. A veces se confunden de casa, a veces llegan dos veces con el mismo pedido.
Vuelven a crecer los edificios que amenazan con encerrar mi barrio y ocultarnos la luz del sol. Crecen las ventanas por las que nos mirarán los nuevos vecinos. A lo lejos se oye un martilleo, a veces una pulidora. Las pulidoras me producen aversión. El sonido de las máquinas que giran me destiemplan todo el cuerpo... para apagarlo debo aumentar el volumen de la marimba de chonta, del bossa nova, de los sonidos de aves, cascadas e insectos en el youtube que me acompaña cuando escribo sobre la selva.
A lo lejos se oye el sonido de los motores que ya empiezan a circular amontonados por las vías que empezaban a olvidarlos. La ciudad está de regreso.
En un acto temerario, el presidente decidió empezar a abrir las puertas, aunque los sistemas de salud de todo el país siguen siendo precarios. Morir de hambre o morir del virus... es un dilema difícil para un mandatario, aunque en este país lo difícil entender quién manda.
Suena el teléfono. Los colegas de mi papá que se dedican al agua están desesperados por volver al trabajo ¿algún proyectico disponible para que lo hagamos juntos? Preguntan. Los ahorros ya son historia.
El ritmo de la ciudad que regresa asusta por las montoneras, por la cantidad de tapabocas que sirven de corbatín y porque aquí estamos acostumbrados a saltarnos las normas como una celebración. Ser pícaro ha sido motivo de orgullo en Colombia históricamente... 'Marica el último' hasta es el nombre de un barrio popular en el Caribe. Pero las vivezas en este momento podrían quitarnos la vida.
Que el agite de la ciudad regrese en medio de escenas de hospitales y morgues colapsadas da escalofrío. Regresar a esa cotidianidad a la que estábamos acostumbrados y que se ha convertido en amenaza, asusta.
Miro el jardín y los ruidos que regresan me aturden, pero me aturde más pensar en los riesgos del afuera o los riesgos que del afuera puedan llegar adentro, a mis papás que ya tienen sus años aunque estén ofendidos de que el presidente los trate como desvalidos cuando ellos tienen ahora más energía y actividad que nunca.
Hoy miro por la ventana y pienso en ese acto temerario del presidente que sabe tan poco del país que dice gobernar. Comprendo que cada decisión es difícil, pero pienso en su torpeza, en su falta de visión, en las turbiedades que ha aprobado en plena tragedia, en sus alianzas oscuras... presupuestos para mejorar esa imagen que tiene por el piso y para comprar camionetas que nadie usará mientras dure la pandemia. Sus asesores de prensa lo defienden con la misma torpeza del presidente, confundiendo rubros y explicando lo inexplicable, dejando en evidencia lo evidente. También suenan por estos días los escándalos del ejército que chuza opositores de frente aunque hable de manzanas podridas que son más bien cosechas.
Yo trabajo desde casa. Nunca antes como ahora eso ha sido un gran privilegio. Miro hacia afuera con miedo, aturdida no por los rayos que me provocan fotos, sino por los martilleos de una economía que ojalá no nos lleve al colapso.
Pienso en la vida que se reactiva afuera, en la cantidad de conversaciones dispara babas por toda la ciudad y en el montón de tapabocas que son en realidad las nuevas barbas , y me asusta porque siento que en este país de vivos estamos en manos de nadie, a la deriva bajo nuestra propia suerte, dependiendo de esa responsabilidad individual a la que no estamos acostumbrados sin policía. Y me da miedo.
Miro por la ventana, sigo adentro. Ya está oscuro, los pájaros duermen.
Texto y foto: María Clara Valencia.