La Copa del Fin del Mundo

05.08.2020

Celebrar la vida que no tiene mañana con las imperfecciones del presente,  como si se tratara de decoraciones para adornar los momentos.

Pequeños trozos de corcho giran entre la copa que aguardó 16 años
Pequeños trozos de corcho giran entre la copa que aguardó 16 años

Saco la botella, la miro, la acaricio. Lleva más de una década a la espera... es hora de brindar. Bodega del Fin del mundo, Patagonia, Special Blend. Reserva 2004, se lee en la etiqueta.

Introduzco el descorchador, la rosca entra en el pico de la botella. Al intentar sacarla, aparece solo la mitad del corcho. Intento volver a introducirlo el descorchador pero ya el espiral no alcanza. Golpeo donde los vecinos. No sé quiénes son, soy nueva, otra vez, en el vecindario. Abre la puerta un hombre joven que creo haber visto antes pero no lo recuerdo, no sé quién es. En todo caso le anuncio que estoy de regreso y como si nos conociéramos de hace rato me dice que ya lo sabía, que su mamá le contó. No tengo idea quién es su mamá pero sonrío tras el tapabocas intentando hacer amable esa conversación de vecinos. Ellos tienen un descorchador más largo que me prestan. Regreso a mi apartamento y lo introduzco de nuevo, sale un pedazo más. El resto del corcho se va disolviendo poco a poco hasta que cae hecho pedazos en el vino. Copa con corcho, esa resultó ser la experiencia de hoy. 

En la ciudad de Porto, en Portugal, venden todo tipo de artículos con corcho, desde bandejas hasta zapatos. No me extrañaría que incluso vendieran algunas copas para tomarlas con trocitos. La mía de hoy es una así.

En 2007 me asignaron una invitación que hizo un grupo de enólogos de la Argentina a la sección Viajar del periódico donde trabajaba. Pasé 10 días recorriendo viñedos desde Mendoza a la Patagonia, con un promedio de cuatro visitas diarias en las que nos daban a probar cerca de 10 vinos por viñedo. En algunos nos servían enormes banquetes para hacer maridajes con las distintas cepas.

Fue un viaje lindo, divertido, lleno de brindis, de conversaciones, de carreteras y de amistades periodísticas que narré en página completa de la sección Viajar. De esa experiencia, hace 13 años, quedó la botella del Fin del Mundo, un regalo de cortesía entre los tantos que nos dieron en ese viaje.  Al terminar la travesía eran tantas las botellas y tanto el peso de la maleta, que tuvimos que elegir solo las mejores cepas para regresar a casa. Las demás quedaron en el hotel. La bodega del Fin del Mundo, ubicada en la Patagonia, en el extremo sur del planeta, concluyó nuestra aventura.

El Special Blend Reserva 2004 del Fin del Mundo regresó conmigo en un envase metálico que lo protegía como la joya de la corona. Interesada por esa experiencia de las uvas que acababa de explorar, paré en una enoteca en Bogotá. Vi mi vino en la estantería, costaba entonces más de 600.000 pesos. En ese tiempo tenía un amorcito con el que esperaba pasar varias noches entre el chin chin de las copas. Así fue... nos tomamos en menos de dos semanas cerca de seis o siete botellas deliciosas, pero el Blend Reserva 2004 se quedó aguardando por un momento especial... el cierre definitivo del apartamento en el que él guardaba alguna ropa, el grado de su hija, alguna historia publicada por cualquiera de los dos que hubiera cambiado el curso de la historia... Lo cierto es que terminamos nuestra relación con el tiempo y la botella nunca se abrió, quedó esperando un mejor momento. Y así la tuve guardada varios días, que se volvieron semanas, luego meses y más adelante años pendiente de una celebración especial. Dejé Bogotá, emprendí varios viajes, el nido pasó a otras manos y la caja metálica con la botella adentro se quedó aguardando.

Pero hoy desperté sonriente, y eso, en época de pandemia y encierro es ya un motivo suficiente para celebrar. Preparé un almuerzo fácil y rico mientras intercalaba el trabajo y la música con varios seminarios en línea sobre la situación de la Amazonia, que es hoy mi centro de atención y decidí sacar la botella, acariciarla, mirarla, saludarla de nuevo después de tantos años. Hoy era el momento.

Leí por ahí que, pese a los mitos contrarios, la mayoría de los vinos no deben guardarse más de dos o tres años. El Blend de Fin del Mundo ya cumplió 16 pero entre los pedazos de corcho que cayeron desmenuzados sobre la copa, sabe delicioso. No sé si antes supo mejor y no importa.

También leí hace años una pequeña historia sobre alguien que guardó una botella esperando una conmemoración importante y de tanto esperar terminó abriéndola para despedir a su esposa recientemente fallecida... he querido sacar la botella desde la leí.

La vida que es solo presente no da espera, entendí. Mucho menos en estos tiempos de incertidumbre en los que es tan difícil mirar hacia adelante e imaginar momentos más grandiosos que la celebración del instante, de un día más, de la posibilidad de dar otro paso al borde del abismo.

¡Salud!

Texto y foto: María Clara Valencia.  

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar