La cotidianidad de la peste

06.05.2020

Regresar a las rutinas  en el escenario de lo insólito es como regresar a nosotros mismos, a lo que somos, pese a las barreras.

Como si fueramos esos personajes que fascinaban a Gabo, vivimos en medio de la peste esperando el regreso.
Como si fueramos esos personajes que fascinaban a Gabo, vivimos en medio de la peste esperando el regreso.

Hoy me llegó una carta que Rodrigo, el hijo de Gabo, le escribe a su papá en medio del confinamiento. La carta recuerda 'El amor en los tiempos del Cólera' y esa fascinación que Gabo sentía por las pestes y por quienes retornan. Menciona también la peste del insomnio en 'Cien años de soledad'.

Dice Rodrigo que en estos días de pandemia ha imaginado a su padre viviendo las pestes que lo fascinaban en lo literario. Obras como 'El diario de la Peste', de Daniel Defoe estaban entre sus favoritas.

En algún punto la carta cuenta que a medida que pasan los días en el confinamiento las cosas se han vuelto más cotidianas. Imagino que de la ansiedad y el miedo tras la puerta cerrada, Rodrigo ha pasado a las rutinas: la pijama, las chanclas, el computador, el cine en el televisor, la ventana, quizás.

Esa carta me puso a pensar en lo que pasa cuando los dramas se prolongan en el tiempo, así como cuando las guerras del coronel Aureliano Buendía se extendieron en años y fueron perdiendo el sentido en medio de lo cotidiano de la violencia...  los colombianos somos expertos en eso.

Esa idea de la cotidianidad en medio de la peste me llevó de regreso a un viaje a México. Sucedió hace justamente una década, cuando un grupo de periodistas nos alistábamos para cubrir la cumbre del clima de Cancún, la COP16. Escribo ese número y pienso en lo inaudito de que ya vayamos en la 25 y aun no haya resultados concretos, aunque los negociadores hayan seguido reuniéndose y gastando hoteles y presupuestos nacionales cada año. Este quién sabe.

Naciones Unidas nos invitó a un curso preparatorio en el DF, la ciudad donde vivió Gabo tantos años, para entender mejor la situación de la cumbre antes de viajar. Ese año la Convención de Naciones Unidas para el cambio climático cargaba el peso de reivindicarse y recuperar la credibilidad perdida tras el estruendoso fracaso de la COP15 en Copenhague.

Pasamos varios días escuchando charlas, haciendo preguntas y tomando notas. Una noche, los periodistas locales nos invitaron a tomarnos unas cervezas. Fuimos al salón Corona, lo recuerdo porque nos dijeron que era un sitio tradicional de la ciudad. En el grupo había una periodista de una agencia internacional que había llegado hacía poco de Sudán.

Estaba conmovida, claro, por las condiciones de vida de las personas en los campamentos, pero más que el drama de los refugiados que ya era de todos sabido, lo que la sorprendió, porque no lo esperaba, fue la cotidianidad.

Intentando indagar cómo era el día a día de las mujeres refugiadas, les preguntó por sus temas de conversación. Imaginó que le hablarían de la pobreza, del drama de ese camino largo huyendo de la guerra y del hambre, de la situación política... pero la respuesta fue que de lo que hablaban era del más guapo del campamento, de la vecina chismosa, de la más antipática, de los trucos para verse lindas y de los coqueteos entre unas y otros... Es que la peste, como cualquier otra tragedia prolongada en el tiempo, nos devuelve a la cotidianidad de lo que somos.

Por eso, en medio de la guerra, los muertos y las balas que narra Svetlana Alexievich en 'La Guerra no tiene rostro de mujer', para las mujeres era importante vestir  sus tacones y sus faldas para recuperar su feminidad y volver a ser lo que eran... Por eso en Colombia seguimos viviendo y rumbeando a pesar de las bombas en los 90 y los secuestros que se mantuvieron después.

Recuerdo que durante la guerra de Irak encontré en algún medio un comentario de una irakí  que decía que gracias a los bombardeos ella y sus hijas habían podido volver al club, porque mientras Hussein estuvo en el poder era imposible porque los hijos se robaban a las jóvenes que les gustaban... en medio de esa guerra seguía funcionando el club, me sorprendí.

Desde que leí ese comentario siempre me he preguntado por la cotidianidad en medio de los conflictos, me he preguntado cómo sigue la vida real en medio de lo que vemos a distancia:   la sangre y la destrucción. La cotidianidad nadie la está contando. Cómo será  en Siria, por ejemplo ¿Se celebrarán cumpleaños? ¿Caminarán los novios de la mano por las calles cuando se apagan las balas? Esas cosas que siguen pasando en medio de la devastación como si no la hubiera, me ha generado inquietud por años.  Tal vez solo recuperando la cotidianidad en medio del absurdo es como podemos sobrevivir a la peste, pienso a propósito de la carta de Rodrigo a su papá.

A Gabo también le fascinaba la gente que regresa, como regresaremos todos a encontrarnos, de alguna manera, cuando la pandemia acabe. Cuando las coronas se bajen de la cabeza y del aire, también regresaremos, algunos más cuerdos que otros, algunos más transformados que otros.

Dice Rodrigo que a medida que se planean reaperturas, la gente empieza a olvidarse ya de las promesas hechas a los dioses y se alista para retomar la vida. Tras la cotidianidad armada adentro, la cotidianidad regresará cuando se abran las puertas.

"Nadie le enseña nada a la vida", decía Gabo. Cuánta verdad que saldrá a la luz al otro lado de la peste.

Texto y foto: María Clara Valencia

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