La vida entre las libertades

04.05.2020

Abrir las puertas para que lo que salga a la luz eso que mantenemos guardado mientras permanecemos bajo llave. 

Libertad, cuando esta tenga en cuenta la existencia del otro. Entre tanto, seguimos presos de la oscuridad.
Libertad, cuando esta tenga en cuenta la existencia del otro. Entre tanto, seguimos presos de la oscuridad.

Enciendo la televisión y veo las noticias, después de los conteos de infectados y muertos diarios del país, sale información sobre las protestas en Estados Unidos de muchos que exigen la reapertura económica pese a que esa nación reúne el mayor número de contagiados y muertos en todo el planeta. Veo las imágenes de hombres armados que circulan por las calles con letreros al hombro. Me pregunto qué mensaje quieren dar con esa combinación de anuncios y armas de largo alcance... su protesta es más bien una amenaza. 

He vivido ahí varias veces, en varios lugares. He pasado de Wisconsin a la Florida; de la Florida a Washington D. C.; de Washington a El Paso; de El Paso a Las Carolinas. Varios de esos destinos con distancias de años.

Viví ahí el septiembre 11 y bajo el gobierno de Bush vi cómo se desvanecían importantes libertades de eso que ellos llamaban el sueño americano. Tras los atentados supe lo difícil que era hacer preguntas como periodista y los disgustos que les generaban a la autoridades mis intentos porque definieran la palabra terrorista, en momentos de xenofobia, miedo y exclusión exacerbados.

La libertad al estilo estadounidense me genera preguntas. Eso lo reiteré años después cuando regresé ahí a vivir, esa vez en Carolina del Sur. Viajé justamente un septiembre 11, día en el que los malos recuerdos permiten o permitían vuelos baratos. Llegué como becaria a trabajar unos meses en un proyecto sobre cambio climático que involucraba una pequeña radio y una universidad.

Carolina del Sur es famosa por sus paisajes verdes, por su población conservadora, por la gran cantidad de iglesias y por la buena puntería de sus habitantes. Ver en las pantallas esas protestas de armados me devolvió a esos días y a una experiencia, entre tantas, que se ha quedado guardada en mi memoria.

Era mediados de octubre y las hojas de otoño se tornaban ya amarillas. Abrí el periódico y en las noticias nacionales se informaba de una matanza de decenas de tigres de bengala en una carretera de Ohio. 18 cadáveres de tigres permanecían en el borde del camino tras ser atacados a tiros por los lugareños que se asustaron de verlos caminar libremente.

La noticia contaba que un hombre, coleccionista de animales exóticos (tigres de bengala, osos, jirafas...) se había suicidado, pero antes había decidido dejar a los animales libres. Junto con los tigres asesinados yacían osos negros, dos lobos y 17 leones... En total, entre lugareños y autoridades, habían matado 49 animales.

La historia, que apareció sin destaque en la página veintitanto del periódico, me llenó de horror. Pero, además de lo espantoso de la masacre, de esa imagen horrible de los tigres muertos uno tras otro al lado de la carretera, la noticia contaba que a los juzgados había llegado la petición de la viuda de conservar los animales sobrevivientes. El caso estaba abierto. El artículo exploraba el dilema sobre quién tenía el derecho de conservarlos.

No tenía cómo ir a Ohio a indagar sobre el tema, pero empecé a preguntar entre la gente que convivía conmigo en ese entonces. Aterrada con la noticia, les pregunté su opinión. Ninguno pareció realmente sorprendido. Traje el tema a la conversación varias veces, hasta que una mujer me dijo: "Bueno, así es aquí. Este es el país de la libertad. Aquí tu puedes hacer lo que quieras, incluso conservar esos animales".

Desde entonces tengo problemas con esa libertad tan individual, tan homocéntrica, tan estadounidense-céntrica y tan absurda que, además, va en contravía de los acuerdos internacionales. Resulta que desde 1975 está prohibido el comercio internacional de todas las especies de grandes felinos asiáticos y de sus partes y derivados. El tigre de bengala (Panthera tigris tigris), además, es una especie en peligro de extinción. Se estima que quedan menos de 2.500 individuos. Eso ni se mencionó en el periódico. 

Semanas después fui con unos colegas a una caminata al parque natural Great Smoky Mountains. Ahí tuve mi primer encuentro con una familia de osos. Algo se movió entre las ramas. Entre los árboles aparecieron una mamá oso y su osezno... ella nos vio y todos nos quedamos inmóviles, en silencio. Mientras el pequeño jugaba entre los árboles, la mamá no nos quitó la mirada de encima. Estábamos a pocos metros de distancia. En un instante, ella y yo nos miramos a los ojos. Creo que ella tuvo claro que no le haríamos daño. Estuvimos ahí largo rato mirándolos maravillados.... Hasta que llegó un guardaparques con una chicharra ruidosísima y los espantó.

 "Ellos no deben acostumbrarse a ustedes", nos dijo. "Muy pronto va a empezar la temporada de caza y se va a abrir la autorización para dispararles..." Todavía me despierto a veces en las mañanas pensando en mamá osa y haciendo fuerza para que las balas no la alcancen, ni a ella ni a su familia.

Pienso en las protestas de estos días, recuerdo los tigres, a mamá osa y a su pequeño. Me da escalofrío.

Texto y foto: María Clara Valencia. 

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