Labrar el encierro

21.05.2020

Crecen los edificios que le raspan las narices a quienes arbitrariamente hicieron de lo comunal algo privado y se cerraron la ventana

Los muros se levantan... sin jardín, a la sombra y contra ladrillos se pierde la calidad del afuera, y del adentro.
Los muros se levantan... sin jardín, a la sombra y contra ladrillos se pierde la calidad del afuera, y del adentro.

He salido a dar alguna vueltas por el barrio... pocas y con tapabocas cuando hay algo de sol.

Tomar el sol es importante porque llena el cuerpo de vitamina D... en el invierno en Europa toca tomarla en pastillas para no morir de tristeza a falta de luz. Aquí no, aquí la vitamina viene natural los 365 días al año, aunque en unos llueva más que otros. Esos son los privilegios del trópico.

Así que he salido algunas veces a dar una vuelta, a estirar las piernas lejos del computador. De vez en cuando pasa un vecino. Se oyen saludos a lo lejos, a veces es solo un movimiento de cabeza. Nos reconocemos. También pasan algunas caras nuevas.

Andando por las zonas verdes del barrio he visto los edificios que crecen y que desde hace unos días empezaron a estirarse de nuevo. Los construyen a pocos metros de distancia del barrio. Nuestros conjuntos son de los pocos que quedan en la ciudad con jardines amplios. No es un sector elegante, no tiene ninguna ostentación, solo fue pensado hace décadas para garantizar la calidad de vida de los residentes, algo que los constructores de ahora han olvidado en ese afán de ganar dinero apeñuscando gente ente cajones como cajas de bocadillo que dividen con apenas una tableta del grosor de un triplex a un vecino del otro. Las nuevas construcciones suelen poner las unidades una tras otra, sin espacios, sin flores, sin pájaros y sin alma. Pensando en acomodar productos de maquilas y no gente.

Pero no solo a ellos se les olvidó la calidad de vida. Varios vecinos también lo hicieron hace años cuando robaron de los espacios comunes para construir a espaldas de todos. Como eran casas que daban atrás, tal vez nadie se dio cuenta. Así fueron cerrando lo que era colectivo y lo convirtieron en privado arbitrariamente. Algunos cerraron jardines comunes con cercas y otros los eliminaron de tajo entre el concreto.

Hoy me sorprende ver crecer esos edificios que superarán los doce pisos, apiñados unos contra otros crecer tan cerca. Ellos no tendrán zonas verdes, solo ventanas que mirarán trancones. Algunos mirarán hacia nosotros. Quizás alguien baje de la torre a hacer amigos de este lado. 

Quienes robaron terreno de los territorios comunes para construir sobre ellos hoy tienen edificios que crecen raspándoles las narices. El verde que hace de este lugar un privilegio ellos lo perdieron. Para ellos la distancia se reduce a menos de 5 pasos. Ya nunca más verán la luz asomarse a su ventana, ni llegarán los pájaros a su jardín inexistente.

Ya no jugarán los niños entre el pasto persiguiéndose unos a otros, porque tras la puerta solo quedará la ventana del otro y los ladrillos hasta el piso 13. Frente a sí solo los muros, las paredes que no permiten el andar y la sombra, ya para siempre.

Los vecinos de los nuevos edificios vivirán montados sobre aquellos que robaron las zonas verdes y que decidieron convertir la calidad de vida en concreto.

En este barrio pasé mi infancia y jugué con los otros niños y niñas jornadas intensas. Hicimos manadas de Halloween pidiendo dulces y cada árbol fue un palacio o una cueva. El espacio verde marcó mi infancia y la de todos los que crecieron por aquí cerca.

Lástima, por aquellos que de vivos terminaron con la nariz pegada a la pared, a la sombra. Lástima por los que cambiaron el verde por las rejas y el concreto. Lástima porque se labraron un encierro y ya nunca más tendrán motivos para mirar desde la ventana. 

Texto y foto: María Clara Valencia

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