Las heridas de los días fríos
Dicen las comunidades del Chocó que los muertos no se entierran, se siembran. En cada hueco que se abre, nuevas cosas florecen.

Abro los ojos y siento un dolor más agudo de lo habitual instalado en los huesos de la espalda. Antes de abrir la cortina y mirar el día pienso: hoy va a llover. Y así es... las nubes se acumulan pasado el mediodía y sopla un viento de lluvia que se siente como si recorriera mi cuerpo y no el jardín, el frío se acomoda por la casa... metereosensible. Ser consciente de ese talento que conecta mis sensaciones con el clima y que además está relacionado con mis estados de ánimo ha sido todo un descubrimiento. Menos mal ya no vivo en Holanda, porque con una L5S1 proyectándose desde la espalda hasta las piernas, habría quedado inmóvil mucho tiempo en ese frío país del agua, de los canales y las lluvias.
El amigo C* me envía un artículo interesante del escritor canadiense Marcelo de Cintio, quien cuenta que decidió divorciarse junto antes de que empezara la pandemia. Él está en medio de la extrañeza de un momento en el que todo el mundo añora los reencuentros mientras él solo espera la posibilidad de volver a empezar, solo o quizás con una nueva familia.
De Cintio recibe la carta de una escritora amiga palestina, Asmaa Al-Ghoul, quien terminó su segundo matrimonio justo antes de la guerra de Gaza en 2014.
"Sentí que los funerales en Gaza no eran solo de la gente que murió en la guerra sino de mis propias heridas", le dice.
Esa frase me quedó resonando por aquello de las heridas propias que se suman a las heridas colectivas de este tiempo. La preocupación colectiva por una pandemia que no muestra signos de acabarse junto a las preocupaciones personales, los dolores íntimos... los de la espalda que han despertado tantas otros que van mucho más allá del cuerpo.
Asmaa Al- Ghoul habla de "enterrar los muertos y las heridas"... Enterrar, abrir las heridas... enterrar los muertos del Covid que siguen aumentando mientras se abren más huecos y se acondicionan nuevos espacios. Me quedé pensando que, quizás, en estos tiempos raros con cada hueco que se abre también se libera la herida de un individuo que por estos días, confinado, debe mirar al espejo sus propias angustias y sus propios miedos. Mientras unos se hunden bajo tierra, otros salen a la luz. Los hoyos no solo se tratan de los fallecidos sino también de los heridos, de los que han empezado a supurar por estos días.
La espalda, tan nueva en sus formas, me ha estado abriendo el espacio para que se despierten las heridas y las sensibilidades dormidas... siento que el dolor me está queriendo hablar más allá de los huesos y que hay un espacio abriéndose para que yo me acomode a escuchar. El encuentro con mis dolores y mis miedos es como el remover de la tierra, es como abrir orificios, no para enterrar, sino para que aflore lo que está adentro. Y eso, aunque se escurra en lágrimas, resulta lindo.
Dice Amaa Al- Ghoul que la gran tristeza de entonces le robó su pequeña tristeza... me pregunto si lo que sucede ahora va en sentido contrario. Si confinados terminamos olvidándonos del dolor mundial por los enfermos y los caídos y adquiere mayor intensidad la tristeza pequeña, esa que está siempre por ahí pero que procuramos no mirar, hasta que se nos planta de frente, como ahora, apoyada en las paredes de la casa.
Así, el dolor en el cuerpo es como un espejo que me sigue a todas partes. No hay escapatoria ni posibilidades de ignorarlo. Pero quién sabe, quizás trabajando el dolor de los huesos también resuelva los del ama, o viceversa.
He pasado algunos días sin poder moverme casi, disminuida ante las contracciones y el frío... eso me ha convertido en remolino interior y en aguacero de lágrimas a puerta cerrada... pero a veces las lágrimas limpian, como las duchas, la lluvia y como los ríos... llorar está bien, aunque el llanto suela estar estigmatizado. Llorar es sacar lo que está adentro e impedir que se convierta en nudo que baje por el cuello y se expanda hasta la punta de los pies.
De modo que a esa sensibilidad exacerbada por el dolor le permito estar ahí, como el que decide acompañarse de la pausa para reflexionar y para actuar... le permito estar ahí porque es también una invitación a escribir aunque se remueva todo adentro, porque ese batir tal vez saque lo que deba quedar afuera. Escribir desde la sensibilidad interior del dolor externo como exorcismo, como hago ahora, desde la ventana.
Texto y foto: María Clara Valencia.