Las noticias que regresan

11.06.2020

Llevamos inserto en la mente y en el cuerpo un conflicto de años que sigue dejando lágrimas, pérdidas y dolores, más duros que los de la pandemia.

En el campo donde los ríos corren, también corre una violencia que no para
En el campo donde los ríos corren, también corre una violencia que no para

Ver las noticias asusta. Siempre ha sido así, pero ahora cuando lo que se narra es un mundo que está afuera mientras permanecemos resguardados en nuestros búnkers de guerra, el miedo se incrementa.

El afuera es una amenaza extraña porque es la de siempre, la inseguridad, los robos... ahora además está la peste, el tapabocas, las miradas de los otros, los saludos que ya no estrechan la mano, la falta de besos, de abrazos.

Desde adentro vemos las noticias. La guerra, la de siempre, la que ya sobrepasó hace rato los 50 años continúa afuera, en los pueblos donde se anuncia que se están llevando los niños para entregarles armas y ponerlos como escudo antibalas; en los montes, donde cada vez dominan más los grupos armados ilegales y "legales", varios, distintos, inidentificables, de múltiples bandos que van para todos lados con objetivos diversos.

El país fuera de control ha vuelto a ser tomado por la violencia mientras muchos permanecemos en casa, intentando trabajar, los que pueden y cruzando los dedos para que el hambre no cruce la puerta, como ya lo ha hecho en tantos hogares.

La violencia que vemos tras la pantalla, otra vez incrementarse, otra vez amenazando a lo vulnerables que viven lejos y suelen estar silenciados es la que conocemos desde hace décadas, pero en este país esquizofrénico, como bien lo dijo Pepe Mujica, solo nos alteramos con suficiente vehemencia ante la posibilidad de la paz, no ante la guerra. Eso quedó demostrado en 2016 cuando el país intentaba transitar hacia la reconciliación pero terminamos más seducidos por la violencia y el odio azuzados por los poderosos con intereses de conservar esas tierras que siempre han sido de pocos.

Hoy se lanzó un video en el que distintos artistas narran la peste del insomnio que relató Gabo en cien Años de Soledad. Mientras lo miraba pensaba que como si nos hubiera invadido la peste del insomnio y la desmemoria, volvemos a repetir, una y otra vez, la guerra que tenemos inserta, la que conocemos.... Soñar con algo distinto es tan difícil que seguimos chapuceando en el mismo lodazal de siempre.

Hace poco hablaba con el amigo C* sobre esa violencia que traemos ya de costumbre. Recordábamos nuestros meses en Bélgica, las tantas calles recorridas, aquella fiesta hasta la madrugada con los marinos cubanos que habían atracado su barco en Amberes... sus cuerpos en movimiento, sus ritmos.

También recordamos una tarde en la Grand Place, la plaza principal de Bruselas. Tomábamos unas cerveza con el grupo multicultural con el que vivíamos y entonces el administrador del bar y un cliente salieron dándose puños por algún malentendido con la cuenta. De manera automática C* y yo caímos bajo las mesas. Lo primero que se vino a nuestras cabezas fue la posibilidad de una bala perdida. Ninguno otro de los que estaba con nosotros entendió lo que hicimos... soltaron carcajadas al vernos.

Ese día entendimos que estamos tan traumatizados por la guerra que reaccionamos en automático como si la lleváramos en la maleta, aunque como habitantes de ciudad la hayamos visto principalmente en la televisión y la hayamos oído en las conversas.

Qué triste... y más triste ver hoy, 20 años después, esa misma violencia que se va tomando las pantallas de nuevo, mientras nos tapamos con el tapabocas y miramos al televisor con impotencia, de nuevo.

En los 90 parte de esa violencia se tomó las ciudades, ya no eran solo balas que salían del cuadrado del televisor. Estallaban las bombas en las esquinas, atemorizaban las llamadas amenazantes que se hacían al colegio, a las empresas; aparecía la violencia en directo en los simulacros de evacuación por bombas que se volvieron rutina. Aun así no era la misma violencia del campo donde la gente, en total indefensión, esperaba a los armados que circulaban libres como asesinos en fiesta.

Alguna vez una estudiante de Carmen de Bolívar escribió para la clase una crónica sobre la espera... Su relato contaba cómo era esperar dentro de casa, allá en el pueblo, la llegada de los armados. En la historia ella describía sus pasos, la calle por la que siempre entraban, el sonido de las botas, el silencio de las casas mientras aguardaban su arribo, la tensión, el sudor, el miedo.

En muchos pueblos y campos de Colombia han vuelto a esas esperas aterradoras, han vuelto a esperar a que llegue la amenaza, disfrazada de distintas banderas, a llevarse  a los niños para las armas; también esperan a que lleguen echando bala para que le caiga al que no alcanzó a caer bajo la mesa.

Las noticias nos devuelven a ese escenario triste en el que seguimos chapuceando como si el lodazal de Colombia no tuviera orilla.  

Texto y foto: María Clara Valencia. 

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