Memorias a pie suelto

21.04.2020

Los pies crecen, aunque se achican los pasos... es el tránsito de  la presión del cuero a la libertad de los dedos que se expanden.  

Caminar de arriba a abajo... como si recorrieramos el mundo con la amplitud de la pantufla.
Caminar de arriba a abajo... como si recorrieramos el mundo con la amplitud de la pantufla.


¿Alguien recuerda la sensación del zapato en el pie? Me pregunto ¿qué memorias de estrechez guardan los pies en estos días de pantuflas, de chanclas por la casa, de pasos a pie limpio? ¿Qué figuras están tomando los pies ya sin tacones, sin finales de punta, sin cuero constreñidor, sin cordones como camisas de fuerza, sin morados en las puntas por los pisotones de Transmilenio? Son ya 33 días desde la primera orden de Claudia de resguardados en casa, haciendo de nuestros pasos memoria. ¿Qué formas habrán tomado nuestras patas humanas al final de las coronas? ¿Adquirirán, tal vez, la libertad de los cascos? ¿Podremos forrarlas entonces con herraduras?

Me pregunto si cuando se abran las puertas se pondrán en pie de lucha y se negarán a volver a vestir cueros angostos brillados en las esquinas. ¿Qué será de nuestros pies...? seguro el primer lustrado los llenará del cosquillas como el que siente la primera caricia, entre pelos de punta y piel de gallina.

Mis pies andan libres por estos días. Los zapatos se han quedado en la puerta y aquí solo entran esas acolchadas pantuflas de clima frío hechas a manera de sueco holandés. Los tenis, los zapatos de coctel, las botas negras de lustrar, incluso los zapatos rojos con los que recorrí Madrid en la última Cumbre del clima, las botas de campaña de los últimos montes, todos ahora aguardan archivados puertas afuera.

Los pies que han dejado de caminar el mundo, ahora suben y bajan por los 15 escalones que llevan del primer piso al segundo de mi casa, más otros dos desde la entrada hasta la sala, y un escalón adicional al comedor. Andan de una habitación a la otra, del baño a la sala, de la cocina al cuarto, del cuarto al corredor. Recorren los espacios familiares, el salón de estar lleno de fotos de la infancia, la sala con su tapete peludo, la madera que cruje a cada paso, el baldosín rojo del patio. Siguen caminando libres de angosturas, con andar pausado. ¿Quién va a correr dentro de la casa, a menos que sea un niño juguetón, un deportista en simulación estática o una afanado de camino al baño?

Las carreras, por los menos las del caminar, pierden sentido entre nuestras cuatro paredes. Los pasos han cambiado el ritmo y los pies se acostumbran a otros tiempos, a otros espacios, a otros andares.

¿Cómo será la memoria de los pies? Cuando vuelvan los trajines ¿recordarán con nostalgia estas libertades holgadas, esta comodidad tan placentera de las pantuflas? ¿Se hablarán entre dedos apretados recordando, como lo haremos todos los demás cuando nos encontremos? ¿Qué le dirán los callos a los talones? ¿cómo será el reacomodarse en algún rincón angosto de los juanetes?

Imagino nuestros pies creciendo a sus anchas, haciéndose anchos, maravillados hoy con el espacio de pantuflas que es como una pradera.

Mi papá salió al jardín y decidió dar una vuelta larga por el barrio en una rebeldía de fotosíntesis. Se fue de pantuflas sin darse cuenta. Al regresar miró sus pies y entonces cayó en cuenta... hizo una lluvia de alcohol sobre la suela. El olor inundó la casa. Empapadas, las pantuflas también entraron en cuarentena. 

Texto y foto: María Clara Valencia.

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