Mi espalda de montaña
Dos imágenes en tonos naranja... la primera es la vida bajo el atardecer, hace unos cuatro años. La segunda, esa misma vida consumida por las llamas, la semana pasada.
La naturaleza nos muestra que la única amenaza inminente no es el Covid19 que mantiene nuestros cuerpos al límite. La naturaleza está al límite.
Mi espalda sigue doliendo y a veces aparecen nuevos dolores que se extienden hasta el cuello. Intento hacer ejercicios y estiramientos pero creo que hay algo que no funciona. Le temo a la inmovilidad mucho más que al encierro. Los dolores extendidos y en aumento me asustan ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? ¿en qué momento este cuerpo que ha sostenido décadas de desbalances empezó a perder el control?
Pasé años con el cuerpo enmudecido, dejando a un lado por temporadas esa mano izquierda que me impedía funcionar a la velocidad que quería. El cuerpo ha hecho su mayor esfuerzo por sostenerme y por permitirme viajar por los múltiples destinos que he visitado. Me ha permitido muchos bailes y jornadas de deportes de aventura. Un cuerpo silencioso, aunque trabajando a marchas forzadas, me funcionó relativamente bien por años, aunque siempre supe que vivía al límite... Los límites quizás estén empezando a evidenciarse a medida que la espalda alza la voz.
Pero mi cuerpo no es el único que ha vivido al límite por años. El planeta lleva mucho tiempo haciendo lo mismo. Mi columna vertebral se queja por décadas de malas posturas mientras la columna vertebral del mundo hace lo mismo. Los pocos días de confinamiento no han sido suficientes para sanar siglos de destrucción. Lo dejó claro la mágica Sierra Nevada de Santa Marta que estuvo días ardiendo mientras la mirábamos desde el encierro.
La Sierra... La he caminado varias veces y sé que recorrerla es llenarse de su poder y de su fuerza, de su inmensidad y de su diversidad tan única. Las cuatro comunidades indígenas que la habitan la consideran el origen del mundo. No es de extrañar, pues tiene esa particularidad única de albergar todos los climas del mundo, desde la cálida playa hasta los picos nevados, o lo que queda de ellos. Perdió cerca del 85% de su glaciar entre 1850 y 2012 y, en 2017, esa cifra ascendió a 92%, según el Ideam.
La Sierra Nevada de Santa Marta me sanó muchas veces, fue mi escape en los tantos momentos de angustia de mi vida en el Caribe. Pero hoy a ella también le duelen la espalda y los huesos. Es que en estos tiempos no solo nos amenaza el virus del Covid 19 sino la realidad de una tierra que hemos enfermado con la ambición.
Dicen que ya se apagaron la llamas de los últimos días, pero el incendio se llevó más de 1.000 hectáreas. No es a primera vez que se prende, porque los más de 30 ríos que bajan por sus laderas, deteriorados, ya no pueden mojarla suficientemente ni contener los daños que han dejado cientos de títulos mineros.
Hace años, en uno de esos viajes al origen del mundo, caminaba por el monte mientras en la cima se prendían las llamas, en medio de unas de las sequías más largas que haya vivido el Caribe en los últimos años. El incendio estaba lejos de mí pero mientras caminaba entre la hojarasca pensaba en el horror de perder entre la candela esa riqueza hermosa que me rodeaba. Mientras andaba sobre un montón de hojas secas, llenas de vida en el subsuelo pero listas para prenderse al menor chispazo, me recorrió, por esa misma espalda que hoy me duele, el escalofrío de pensar en perder esa riqueza llena de especies únicas. Cerca de mí volaban colibríes que solo viven ahí, tucanes y tucanetas; a mi lado pasó un hurón y cientos de monos aulladores me acompañaron en el camino. Perder la montaña mágica es perder un mundo.
Las llamas de los últimos días fueron como el reflejo de la violencia que ha subido y bajado esa montaña por años.
Desde el confinamiento vi por los medios y redes sociales cómo las llamas fueron arrasando la montaña, de nuevo. Tomé ahí, hace años, algunas fotos de atardeceres que resultaron de los mismos tonos del incendio que publicó El Heraldo, pero las mías eran las fotos de la vida. Las que publicó el Heraldo eran la evidencia de la muerte. Unas mil hectáreas arrasadas... ese es el último dato que tengo. No sé qué me duele más, si mi columna o haber perdido buena parte de ese remedio físico y espiritual que me ha curado tantas veces.
Texto: María Clara Valencia
Fotos: María Clara Valencia y El Heraldo