Miradas tras el bozal

09.06.2020

Respiramos entre aires calientes que se devuelven, mientras miramos a los otros con sospecha. Las sonrisas, los labios y los dientes desaparecieron. 

Los perros juegan libres de los bozales que hoy llevan otros
Los perros juegan libres de los bozales que hoy llevan otros

Los días pasan... en confinamiento continúa. Siento asfixia. No sé qué hacer conmigo, dónde ponerme, donde llevarme, qué hacer en los espacios privados ni en los que ya no son comunes.

Salgo al parque a dar una vuelta pero la sensación de claustrofobia me sigue hasta ahí, cruza la calle conmigo, me acompaña todo el camino, se pone frente a mí como una sombra. La sensación de puerta cerrada está adentro y no afuera, comprendo. Intento caminar más rápido a ver si en la próxima esquina la claustrofobia decide girar a la derecha y dejarme en paz.

El parque está lleno. Cantan los mariachis a lo lejos, se oye también el acordeón y la caja vallenata en otra esquina. Una mujer baila para animar a los que quizás lancen algunos pesos. Me pregunto si su vestido será antifluidos y cómo será que fluye un traje de baile mientras contiene los virus. Un hombre da alaridos en la puerta de un edificio pidiendo ayuda. Es la pandemia... la sensación de encierro me persigue muchas cuadras. En el pasaje comercial donde antes había una papelería hoy se lee en un letrero enorme: 'bioseguridad y tapabocas. Llevamos a domicilio'.

Los vecinos han decidido aprovechar el día de sol para sacar a los perros, aunque quizás son los perros los que sacan a los hombres mientras los llevan de la correa. Corren muchos caninos felices detrás de pelotas que se cruzan en el aire. Mueven la cola. Ninguno tiene bozal, solo los humanos, todos ellos, todos nosotros.

Siempre me ha parecido que poner bozal es un acto cruel con las mascotas. He visto algunos a lo que se los aprietan tanto que ni siquiera pueden sacar la lengua. El bozal es uno de los tanto maltratos que imponemos a las otras especies en esas ganas de dominarlo todo, en esas ganas de imponer nuestro poder. Me sorprende ahora ver cómo se reacomodan las fuerzas y los del bozal somos ahora nosotros, mientras los perros corren libres y alegres.

No vi a ningún humano moviendo la cola en el parque, pero estaban, sí, moviendo las piernas y los brazos, quizás sea esa nuestra nueva expresión de libertad y alegría. Las sonrisas se perdieron detrás del tapabocas.

Hasta hace poco tiempo solo los malhechores se tapaban de la nariz para abajo en esos intentos por no ser reconocidos al hacer fechorías. Esas media máscaras estaban reservadas para los bandoleros. Hoy los vándalos somos todos, aunque bajo la careta intentemos convertirnos en bienhechores y proteger al otro y a nosotros mismos. Extraños todos, la sociedad de los enmascarados.

Miro a los perros que ladran, que sacan esas lenguas llenas de babas felices y nos miro a nosotros mismos, respirando nuestros propios aires que se devuelven calientes entre la tela. Somos un escupir de dióxido de carbono que volvemos a tragar. ¿Cómo estarán recibiendo los pulmones todo ese vaho devuelto? Me pregunto.

Nos miro sin dientes, sin labios, convertidos en boca de trapo, atrapados en nuestro bozal, temerosos.

Una pareja entrecruza las piernas a lo lejos y se acerca entre caricias sin quitarse el bozal. ¿Cómo serán sus besos, me pregunto. Divididos por algodones ¿tal vez? ¿Sin boca empezará a besarse la gente por los ojos, con pestañeos? ¿Se quitarán las barreras en la intimidad o se rozarán entre telas? ¿Cómo juntarán sus respiraciones por estos tiempos? ¿Serán asfixia de a dos y no de a uno? Un tapabocas unido a través de las orejas de cada uno, deliro.

Nos hemos convertido en eso que hemos normalizado con el tiempo... fieras obligadas a permanecer con la boca cerrada, fieras obligadas a mirarnos con miedo. Evadimos los ojos de unos y otros rápido como evadimos babas, respiraciones y sonrisas. Nos convertimos en mirada, siempre en sospecha, como si solo los ojos bastaran, como si las bocas hubieran sido un espejismo que ya no es. ¿Qué es lo primero que le mira al otro? Seguro las respuestas  por estos días ya no hablan de los labios, de los dientes, ni siquiera del culo. Hoy todos nos miramos a lo ojos con resquemor, con desconfianza. 

¿Quién comprará pintalabios por estos tiempos? me pregunto. Los pintalabios terminan como manchas que se difuminan entre el bozal humedecido por el vapor de la respiración.

El tapabocas se pega a mi cara. No puedo respirar.

Texto y foto: María Clara Valencia

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar