Regresar por la vida
El plan: ninguno. Dejarse llevar por la sensación de las entrañas para encontrar, entre la isla, un camino que retorne el sentido.

Las encrucijadas... salir o permanecer adentro, mantener la calma o dejarse llevar por el pánico colectivo; hacer del confinamiento una miseria o sacarle provecho a las paredes y a las ventanas. Estamos siempre ante esquinas que se bifurcan. La decisión que se tome puede darle un giro a la vida o condenarnos por siempre. La felicidad puede ser como el agua que solo dura un instante entre las manos, o construirse día a día a punta de determinación. Tomar las riendas de la vida o permitir que algún otro poder maneje el cabestro.
Así sucedió cuando estaba el Rio de Janeiro preparándome para regresar al trabajo. Las vacaciones llegaban a su fin y yo tenía apenas el tiempo justo para conocer algunos de los sitios emblemáticos de la capital carioca en un par de días. Entonces conocí a Pamela, una viajera de profesión que estaba empeñada en pasarse la vida recorriendo el mundo. Nos encontramos en un hostal de medio pelo en el que compartíamos habitación y en pocos minutos nos hicimos amigas. Le conté llena de fascinación de la isla y ella, sin más, preguntó por qué no regresaba a vivir ahí.
Nos fuimos juntas a un viaje de todo un día a Petrópolis, una ciudad que conserva los palacios que alguna vez ocupó la realeza de Portugal en medio de canales que dejan oler la mala relación que tenemos con el agua. Pasamos todo el día caminando la ciudad y hablando de la vida. "Usted no es feliz allá, no tiene a nada a que volver", me dijo. Pero claro, cuando uno es asalariado y depende del sustento para vivir, no es tan fácil renunciar y lanzarse al vacío.
Pero Pamela era una mujer sin temores de ese tipo, capaz de adaptarse a la vida de hostal y convencida de que los momentos hay que vivirlos a plenitud. Cuando ya finalizaba la tarde entramos a un museo y ahí conocimos a una mujer... era la encargada de las guianzas y las boletas. Nos quedamos un rato largo charlando con ella y entonces Pamela le soltó: "mi amiga aquí es muy infeliz en Colombia y acaba de llegar fascinada de Ilha Grande. Estoy intentando convencerla de que renuncie y se vaya a vivir ahí".
La mujer sonrió, tomó asiento y empezó a contarnos la siguiente historia: "Hace años me fui a estudiar inglés a Londres. Tenía un buen trabajo esperándome, pero conocí a un hombre que me enloqueció. Renuncié y me quedé viviendo con él un amor apasionado hasta que terminó. Estuve muchos años viviendo en Londres, me gasté todos los ahorros que tenía y debido a eso aun estoy trabajando hoy, aunque ya supero la edad de pensión. Pero nunca he sido tan feliz, si hubiera regresado me habría arrepentido toda la vida. Renuncie".
¿Qué más podía esperar? Le pedí a Pamela que me acompañara a una cabina de internet y redacté la renuncia. Se la envié al jefe con copia al director del periódico. Entonces, desde esa misma cabina, al lado de Pamela que me daba fuerzas, llamé al editor administrativo y le conté de mi renuncia. Él no lo podía creer. ¿Está segura? Me repitió varias veces y yo varias veces le dije que sí, que había salido una oportunidad maravillosa en el Brasil y que me quedaba. Cuando colgué el teléfono no tenía ni idea qué iba a hacer con mi vida.
Entonces, empecé a escribir, y a contarle a los amigos, vía correo, las aventuras que empezaron ese día. Entre ellos estaba Mauricio, un amigo de las épocas de la bohemia literaria universitaria que me puso en contacto con alguien más: Stella. En su casa, en Río, empecé una nueva vida que no sabía hacia dónde me llevaba. Ahí pasé algunos días intentando ubicar una ruta para seguir, hasta que tomé de nuevo el barco que me regresó a la isla.
Caía la tarde cuando los motores se encendieron. Pronto se hizo de noche. Miré hacia el cielo... una luna roja enorme, redonda, iluminaba el camino a Ilha Grande. Sonreí... supe que todo estaría bien.
texto y foto: María Clara Valencia