Regresar no es cuestión de tiempo ni de espacio
Conectar con los amigos en tiempo de cuarentena es también regresar... a los afectos que, a veces, son los únicos que mantienen los recuerdos.
No soy de muchos amigos, pero los que he tenido los he querido mucho. Algunos de ellos han sido compañeros de aventura que he encontrado en viajes, con los que he compartido exploración y preguntas por tiempos cortos e intensos. Esos amigos que casi nunca veo y con los que me hablo cada mucho tiempo, guardan un lugar muy importante en mi vida porque son con quienes he desarrollado las conexiones más intensas. Conscientes de la temporalidad, los amigos de viaje se hacen cómplices en segundos, se hermanan en cuestión de días. Con varios de ellos he quedado conectada de por vida. Con algunos sé que voy a envejecer, si es que llegamos a viejos, porque tenemos recuerdos muy profundos, muchos paisajes en común y conversaciones de horas como hilos que nos unen. Uno de ellos ya se fue, ni siquiera alcanzó a las coronas, pero amarramos un nudo tan fuerte que nuestro hilo sigue atado a la espera de un próximo viaje.
Con otro de esos amigos, con el que compartí aventuras que ya suman más de dos décadas y con el que cada reencuentro acumula muchas vueltas del sol, nos contactamos hace poco, a propósito de este momento en el que los pensamientos y los afectos se conjugan por las incertidumbres. Jorge Rave (C*) ha permanecido en mi vida desde aquel viaje al viejo mundo, tan lleno de desconciertos y experiencias inesperadas, tan lleno de fríos, documentos fuera de regla, situaciones y trabajos absurdos.
Pese a lo extraño de ese viaje, él decidió seguir camino y emprendió rumbos distantes hace años. Su inteligencia y su capacidad numérica lo han llevado lejos. Lejos también de casa, pero como todo el que vive fuera, nunca ha sido de otro sitio, pues los recuerdos lo mantienen agarrado a este lado del mundo, así como los muertos y los espíritus atan a los indígenas a sus tierras.
Me envió primero un audio lleno de suspenso sobre esa vida que lleva en uno de esos destinos a los que tuvo que regresar hace poco... Regresar es muchas cosas y no se refiere solo al espacio o al tiempo. Regresar es algo íntimo, es la nostalgia, es un permiso, si lo damos. Tras un par de audios adicionales, que mantuvieron la tensión hasta el último segundo, lo convencí de hacer algunos párrafos sobre este momento, tan bueno como ha sido siempre él con las letras. No solo suma, no solo resta. Y a propósito de regresos, esto fue lo que escribió:
Formas de Volver a Casa
"A partir de hoy sufrimos de abandono, siento que somos menos felices
razón por la cual finalmente quizá nos demos a la tarea de reconocer
que en realidad lo único seguro que se tiene en la vida
son las figuritas que cada cual ve mientras da vueltas el agua en el sanitario."
Para Evitar los Daños Mencionados
Volver a donde fuimos felices. A los sitios en donde dejamos una herencia, un recuerdo doloroso o simplemente veinte dedos y un manojo de latidos.
Volver a la vida de antes. Con lo bueno y lo malo. Con las tristezas y el llanto seco de cuando algo ya no existe o se nos ha desvanecido entre los dedos en segundos.
Volver a la Bogotá de 1988, esperando a que me recogiera Cabardo en la 127 con 19 para irnos al Concierto de Conciertos.
Sé que es un recuerdo que no existe. Pero, teníamos 12 y las religiones de moda eran Millos y Unicentro.
Así son algunas ideas del pasado: ridículas y sólo mías, como debe ser.
Hoy la vida pasa en Kanata, en cuarentena. Sobreviviendo. Intentando dejar atrás cualquier referencia que huela a 2019: angustia, miedo, rabia, Covid y el dolor de ver ese reflejo desnudo con 4 kilos de menos y mi negativa personal a sentirme bendecido o a decir que soy un sobreviviente.
Después de todo, tengo la impresión de que me convertiré en uno de esos optimistas insufribles que se encuentran en las cenas de expatriados, añorando estos momentos de la vida moderna de la que esperamos volver todos, sanos, cuerdos y salvos.
Quizá cuando volvamos, seré uno de esos tipos que se paseen de noche en el pórtico de su casa abrazando los recuerdos dudosos de esos meses en los que buscábamos escapar de algo, con pocas cosas a nuestro haber.
Irse no es trabajo exclusivo de hombres, dijeron una vez científicos canadienses, y la vida me lo ha probado no sé cuantas veces.
De las despedidas y del frío destemplados que se instalan en el corazón de muchos, sólo nos quedan las imágenes de esa última vez de tantas cosas: el abrazo en el andén de un aeropuerto, un trago con alguien a quien no vimos por 20 años, el recuerdo lloroso de una despedida en familia y un 10 de marzo en Medellín.
Nos queda el recuerdo de los amaneceres violeta en México y las ganas insatisfechas por meses de tomarle una foto a ese momento, justo a las 6 y 40.
Se quedan en la memoria los amigos que allí se convirtieron en familia en medio de mezcales, comida y karaoke.
Sospecho que las noches se me han vuelto insoportables por esa obsesión estúpida de querer volver a donde he sido feliz, a pesar de este frenazo intempestivo y salvaje.
Soy hombre de pocos amigos y por eso mismo duele dejar atrás el sitio en donde sentí que volvía a ser el individuo al que le temo y que no me atreví a dejar salir sin supervisión en estos años de adulto corporativo.
Volver, en medio de la incertidumbre de no saber cómo se deletrea el sitio al que otra vez llamaremos casa. Dejando que sea el tiempo el que nos confirme cuando caiga, si la gran aventura de los cuarenta ha llegado a su fin.
Ahí está el dolor de la vida de hoy: nostalgia pura, que se funde con esta cursilería tan mía.
Es el libro de la fragilidad del hombre moderno, en donde es posible que ya no haya más caminatas matinales en Polanquito, reencontrándonos, reconociendo lo que somos hoy.
Aceptando que quizás tampoco tendré nunca más esos momentos con mi hija adolescente los lunes y miércoles a las 5.
19 meses en México terminaron por ser una mancha familiar, tatuada en esa playa sin mar en la que nos permitimos andar en pelota y sombrerito de fiesta, pero sólo de cuando en cuando.
Sé que hoy ya no busco nada que no se parezca a la imagen difusa de mi sombra recreándome a mí mismo, bien sea caminando por Campos Elíseos, por Terry Fox Drive o de la mano de mi mamá a comprar un pastel gloria en El Tejadito. Todo esto sin lágrimas.
Esa es mi versión del regreso. Llena de recuerdos, ridículos y míos, como debe ser.
Kanata, abril de 2020.
Texto: Escrito a cuatro manos por Jorge Rave (C*) y María Clara Valencia (A*).
Foto: A*