Un coctel para celebrar
Celebrar la vida, mientras estemos vivos... convertir la cocina en un juego de dados que se lanzan al azar, mientras la vida nos permita jugar.

Mi primo Andrés está de cumpleaños. Músico y rumbero empedernido, él ha decidido no dejársela ganar de la cuarentena y convocar a todos. En este cumpleaños habrá música, licor y comida... con una única excepción, cada quien se servirá desde su casa.
El primo decidió invitarnos a cocteles, bueno, invitarnos a crear cocteles... y digo crear, porque la misión impuesta por el cumpleañero no es sacar una receta cualquiera, sino experimentar y que cada uno brinde con una bebida de cosecha propia. Él tiene varios amigos chefs... y bueno, también está la familia.
Entusiasmados en mi casa, nos pusimos a la tarea. Hoy no fue día de compras, tocó explorar lo que había en la nevera: pepino, hierbabuena, un manojo de acelga que le robamos a la sopa de mañana... se acabaron las manzanas, queda poco limón. En la casa crece un canelón, una mata cuyas hojas usamos en infusiones... también cayó en nuestro coctel. A eso le sumamos un ingrediente secreto: es secreto.
Nos pusimos manos a la obra. Sacamos cuchillos y tablas de picar mientras le tomábamos foto a cada paso. Esa era la tarea. Entonces vino la licuadora que cada uno de nosotros llevaba años sin usar. Como frente a un juguete nuevo, oprimimos todos los botones... ninguno funcionaba. Tres profesionales, especialistas en su materia, enfrentados a una máquina de cinco botones que a nuestros ojos parecía el tablero de un avión. Es que la licuadora no es nuestra especialidad. Parecerá obvio, pero esta es una licuadora antigua y con personalidad que no funciona ante cualquier intento. Hay que hacerle coqueteos, mañas por un lado y por otro, combinar botones... la licuadora fue hoy nuestro laboratorio de experimentación.
En el juego de mesa que se convirtió la preparación, mi mamá picó el apio mientras los pájaros del jardín se acercaban a curiosear; mi papá estuvo a cargo de la acelga. El limón se peló y pico por turnos, también cortamos hierbabuena... las fichas del juego se fueron lanzando a la licuadora como dados, mientras la señora que trabaja en casa se burlaba de nosotros y la estudiante que vive con nosotros se encargaba de la filmación. Al fondo sonaba una salsa caribeña que le puso ritmo a toda la escena. Cuando la licuadora finalmente encendió motores, se hizo una revolución de pájaros espantados. La cámara apuntaba a la mezcla verde en ese momento... el revoloteo no alcanzó a quedar en el lente.
La bebida, una exquisitez de primíparos, se sirvió en copas y un brindis con mañanitas quedó en la grabación. Mañana el primo recibirá el video a primera hora... cuando lance esta entrega él ya estará dormido, espero.
Los ingleses, que saben de bebidas / tienen una palabra que compite/ con el sofisticado apéritif: / después de trabajar, con el crepúsculo, / se toman un sundowner; una puesta de sol. /La pócima chamánica sundowner/ marca la transición /entre el yo rutinario y el deseo, / entre el traje arrugado y la promesa, dice un poema de Andrés Catalán.
La promesa es que pronto se abrirán las puertas... Mientras tanto, aquí hoy se puso el sol entre verdes... el confinamiento amplió el campo de juego, nos juntó entre risas, pájaros, plantas y torpezas. Nos dio el tiempo de compartir en familia. Ninguno murió de intoxicación.
Texto y foto: María Clara Valencia.