Un fin de semana de teatro

19.05.2020

Hacer de la comedia una excusa para reunirse con los amigos y burlarnos de nuestras propias miserias, como si cada uno hiciera parte de la función. 

Reírse de los recuerdos y de lo que cada uno ha hecho con su vida mientras se rebusca un desvare.
Reírse de los recuerdos y de lo que cada uno ha hecho con su vida mientras se rebusca un desvare.

Este fin de semana estuve en teatro. Se vendieron todas las boletas, el lugar estaba lleno. Las 57 sillas disponibles se ocuparon con asistentes que llegaron puntuales... el espectáculo empezó a las 8 en punto.

A esa hora 57 computadores estaban en zoom con sus propietarios ansiosos de ver el lanzamiento de 'El Desvare', la presentación oficial de Pachito de Brigard en un stand up comedy que Felipe, el actor, llevaba preparando más de un año.

Tras una breve introducción de su hermano sobre esas risas que Felipe le ha sacado desde siempre a sus amigos, apareció en escena Pachito vestido con una guayabera de flores amarilla y el fondo de una sala pintada al estilo Bart Simpson... así empezó el monólogo del que sueña con el desvare, del que  reinvindica la siesta, y homenajea a la chupa y al churrusco de baño, del que glorifica el buñuelo y se confiesa con ataques del síndrome de abstinencia cuando no puede encontrarlo a media mañana, del que reclama por las entrevistas de trabajo que escasean después de los 40, quizás por exceso de experiencia, de canas o de mañas... Desvararse después de los 40 es todo un problema.

Y los 57 estuvimos ahí, boleta en mano, riéndonos del absurdo, recordando sueños que tuvimos alguna vez, las largas jornadas laborales sin sentido y los jefes ineptos. Al final llovieron los aplausos por ese stand up comedy que los amigos esperábamos con ansias. También se conectaron algunos que sin conocer a Felipe se dejaron convencer por las referencias. 25.000 pesos costó cada boleta pagada por medios electrónicos.

Pero lo mejor vino después... sus amigos universitarios y los que habíamos compartido en el trabajo nos reunimos a recordar anécdotas, a lanzar líneas para próximas funciones, a recuperar los años juveniles de los que hoy solo quedan canas y recuerdos.

Poco a poco los amigos se fueron despidiendo y tras unos brindis en familia Felipe regresó a escena para conectarse con sus viejos colegas... periodistas tan marcados por el tiempo en ese periódico que nos dejó varias úlceras, algunas ampollas en las puntas de los dedos y muy pocas horas de sueño, que años después seguimos sin tener otro tema. 'La Comunidad Redactora Desgraciada' nos llamábamos por ese época en la que la risa del almuerzo era lo único que nos permitía soportar la incompetencia de un jefe que hacía de cada decisión una represalia y que era tan torpe que no podía ni organizar una jornada de reportería en terreno. Jamás editó dos líneas.

Así, de Pachito de Brigard, que nos recordó esos años de aprendizaje y trasnocho, pasamos a las anécdotas de siempre... el jefe cortándose uñas y lanzándolas a los redactores que esquivaban uñazos mientras recibían instrucciones, las tensiones acumuladas en el cuello cuando pasada la una de la mañana e íbamos apenas a mitad de un cierre, los pies descalzos del colega que colgaba las medias entre las sillas porque le sudaba la pecueca... Las llamadas del periódico a las tres de la mañana para verificar si sí habíamos puesto la coma en el lugar que era, las salidas de fugitivo del que se quería ir temprano pero debía dejar la chaqueta en el asiento para que los demás se compadecieran ante su larga permanencia en el baño; las explosiones de ira acumulada de los silenciosos, los fríos de madrugada y las tantas veces que se nos fueron los días sin parar a dormir en la casa.

Mirar esas historias desde la distancia hoy en un goce (menos mal ya están lejos), es un motivo que sigue uniendo entre recuerdos a la grandiosa 'Comunidad Redactora Desgraciada', que hasta tenía su propio programa 'Muy Buenas Tardes' para burlarse del estilo pendenciero de la presentadora Vicky Dávila.

Todavía, años después, se putean los compañeros que fueron todo menos eso, todavía salen chismes nunca conocidos de hace décadas y las siestas camufladas siguen generando risas...

En el periódico que por entonces era un gran medio que nos llenaba de orgullo aunque pareciéramos más un grupo de esclavos sin pago de horas extra (aunque las trabajábamos casi a diario) que unos empleados a sueldo (precario siempre), pasamos todos varios años y para muchos de nosotros fue de nuestras primeras escuelas. Ahí aprendimos a trabajar sin descanso, a pensar en las historias, a escribir jugando con la tensión y con los tiempos, a variar de fuentes, a perfeccionar cada palabra; aprendimos a darnos golpes de pecho cuando salían errores producto de esos cierres que superaban las tres de la mañana. Ahí aprendimos del oficio que disfrutamos y sufrimos, aunque después los caminos de algunos los hayan llevado por lugares diversos.

Yo renuncié de ese periódico hace unos 12 años, después de un montón de momentos mágicos y reveladores que me llevaron al Brasil. Esa historia merece un capítulo aparte. Hace 12 años salí de esa redacción a la que le tengo una enorme gratitud porque fue para mí una gran escuela. Los caminos se hicieron amplios después cuando decidí lanzarme al vacío y arriesgar... por eso me sigue pareciendo tan inaudita esa que era la frase bandera de los empleados del que por entonces era el periódico más importante del país: "¿Habrá vida después de El Tiempo?". 

Texto: María Clara Valencia

Foto: Felipe Cuervo

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