Una llamita al viento

04.08.2020

Observar el mundo con atención para aprender a ser humildes. Encendemos la luz... basta un soplo para que seamos recuerdo. 

Ante la majestuosidad de la naturaleza somos apenas pequeñez.
Ante la majestuosidad de la naturaleza somos apenas pequeñez.

Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!) / soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento, / en el vital deliquio por siempre insaciado, /era la llama al viento... / Vagó, sensual y triste, por las islas de su América; / en un pinar de Honduras vigorizó el aliento; / la tierra mexicana le dio su rebeldía,

su libertad, su fuerza... Y era una llama al viento. / De simas no sondadas subía a las estrellas;

un gran dolor incógnito vibraba por su acento; / fue sabio en sus abismos, y humilde, humilde, humilde, /porque no es nada una llamita al viento.

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales, / que nunca humana lira jamás esclareció, / y nadie ha comprendido su trágico lamento...

Era una llama al viento y el viento la apagó.

Porfirio Barba Jacob... desde que leí ese poema 'Futuro', siendo una adolescente, lo sentí como un canto a mi vida... es el poema del que vive con intensidad, del que se mueve entre la euforia y el sufrimiento, del que sufre viaja y es feliz, a veces... es el poema del que busca la rebeldía, la libertad, el ímpetu, del que bordea los abismos. Pero también es el poema de la humildad, del reconocimiento de que no somos nada, sino una llamita al viento, pequeños ante la grandeza del mundo, ante sus manifestaciones extraordinarias...

Especialmente en estos días de virus y vulnerabilidad, qué más podemos ser sino llamitas al viento...

Humildes, como el que desde su mirada chica se sorprende. Humildes, conscientes de nuestra posición diminuta y de nuestra fragilidad. Basta mirar  las montañas para entenderlo.

Recuerdo una vez en El Paso, Texas. Iba en mi carro por alguna de las autopistas de frontera buscando temas para el periódico o quizás huyendo de las historias de violencia que tanto le gustaban, cuando me alcanzó la lluvia. La sentí venir a mis espaldas y la vi ponerse justo frente a mí. Pude sentir el golpe contra el panorámico mientras veía en frente el terreno seco e íbamos dejando atrás una estela de humedad. Caminar con la lluvia... nunca había vivido eso. 

Entonces, decidí acomodar mi velocidad a su ritmo para que siguiéramos juntas un buen trayecto. En un momento volteé la mirada hacia la izquierda donde subían las montañas y vi un espectáculo majestuoso: la lluvia que iba andando conmigo era enorme y también caía sobre ellas, pero allá lo hacía en forma de nieve. Lluvia y yo íbamos andando juntas entre el desierto y la montaña.  A mi izquierda podía ver la pared de agua blanca que iba avanzando mientras caía sobre la cima. 

El espectáculo del trasegar de la lluvia que iba cubriendo todo con sus distintas formas es una de las cosas más bonitas que he visto en la vida. Era la grandeza de las montañas, la enormidad del desierto y la fuerza del agua en forma de líquido y nieve, que avanzaba en un camino que recorríamos las dos, a una misma velocidad. Era como presenciar la vida que se iba posando sobre las arenas secas el desierto para despertarlo y el principio del invierno que caía sobre las montañas para invitarlas a dormir. Aun sonrío cada vez que recuerdo ese momento grandioso en el que fui consciente de mi absoluta pequeñez.

Las montañas... la primera vez que fui al parque Tayrona en compañía de unos caminantes conocedores del lugar, fuimos a ver los picos nevados desde un punto cerca de la playa. Esa escena del bosque tupido, grandioso en verdes, rojos y amarillos, y decorado con los picos nevados a los lejos mientras el mar resonaba cerca, me hizo caer de rodillas bañada en llanto de la emoción. En una mano, un manojo de arena de playa, en la otra las hojas de algún matorral y frente a mí el bosque enorme y la nieve, ahí mismo, en la montaña sagrada que reúne todos los climas del planeta: La hermosa Sierra Nevada de Santa Marta, principio del mundo, ante la cual no somos más que una llamita al viento.

Texto: María Clara Valencia

Foto: www.freepik.es

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