Volar entre vida y muerte
El fondo de pantalla de mi
computador cambia con los días. Las imágenes de naturaleza que muestran cómo hasta
el computador ha identificado mi perfil varían cada cierto tiempo entre
paisajes, cielos, mares, montañas y animales. Esta semana aparecieron dos
zorros, mamá y bebé caminado en la pradera.
Por estos días paso horas frente a mi computador intentando avanzar en un proyecto que se me ha convertido en un desafío. Hago ejercicios, converso con la familia, como, miro a la ventana, roto la mirada entre el jardín y la pantalla... poco más. Así es el confinamiento.
Pero ante mamá zorro y su zorrito me detuve largos minutos porque esa imagen me puso a viajar entre los recuerdos... Vivía en El Paso, Texas y dentro de los paseos del Sierra Club invitaron a ver un espectáculo que sucedía una sola vez al año... la llegada de las migratorias.
Fuimos al Bosque Apache National Wildlife Refugee que se extiende a lo largo de más de 23.000 hectáreas sobre el costado norte del Río Grande. Ese río por el que también migran otros miles desde México todos los años.
Llegamos ahí, atravesando el desierto de Chihuahua en una camioneta que detuvo la patrulla fronteriza varias veces en busca de migrantes indocumentados. No llevábamos personas camufladas ni plumas en el vehículo, así que nos dejaron seguir adelante. Tan pronto llegamos, empezamos a oír el estruendo: un concierto multitudinario de grullas y otras aves que llegaban por miles a ese lugar donde unos humedales les servían de refugio antes de seguir rumbo hacia el sur. El invierno se aproximaba.
Las aves, que eran tantas que a veces cubrían el cielo, llegaban volando en una gritería tan enorme que era como una celebración de la vida en movimiento. Llevábamos binóculos de distinto alcance y un aparato potente que instalaron sobre tierra para acercarnos aún más. Y entonces lo vi... un zorro que corría entre el pantanal mientras las aves daban pequeños saltos a su paso. Estaba eufórico en esa fiesta que lo hacía babear. El espectáculo de las aves era hermoso, pero la vida completa, que es la que está ligada a la muerte con los depredadores en escena me pareció todavía más bella, porque ese zorro que saltaba era el encargado del equilibrio en medio de esa multitud de cantos y de plumas. Es uno de los espectáculos más lindos que he visto en la vida.
Encontré otro zorro en la Florida, dentro del campus donde yo estudiaba mi maestría. Yo a veces me levantaba muy de madrugada y otras veces me daba la madrugada despierta. En alguna de esas jornadas lo vi pasar, en medio del pasto cazando animales pequeños a pocos metros de mi cuarto... La vida es la que está siempre al filo de la muerte, pensé fascinada de verlo.
Años después encontré un zorro más... estaba en Suecia frente a uno de los fiordos que miran hacia el mar del Norte y entonces apareció justo frente a mí. Era rojo, con la frente blanca atravesada por una línea negra en la cabeza.
Yo estaba dentro de una casa y entonces quise alertar a los otros de semejante belleza confiada en la división acústica de las ventanas de invierno. Pero al primer llamado él levantó los ojos, nos miramos unos instantes y se fue. Eran los ojos de su vida y la mía enfrentados por un segundo.
En esta época en la que el virus nos tiene al borde del abismo, he pensado en lo que significa la muerte, que es al final una celebración más de la vida. Porque morir es lo que nos toca, ahora o después, coronados o de viejos.
La muerte es un asunto que me ha rondado siempre y siempre he creído que deberíamos relacionarnos distinto con ella, hacerla una celebración hermosa, como en México; hacerla una fiesta como la canción Canela de Cesar Mora, esa que se convirtió en un preludio festivo de la despedida del gran Jaime Garzón.
La religiones judeocristinas con esos temores impuestos del pecado y el infierno nos han distanciado, llenos de miedo, de esa parte fundamental de la vida que es perecer y que al final no es más que un ciclo de la existencia que sigue entre el volar de las aves, el salto de los zorros y el proceso que se renueva en el reciclaje natural.
Soy amiga del goce como una celebración de la existencia. Eso, entre tantas otras cosas, me aleja de las religiones que señalan, juzgan, manipulan y amedrentan. Creo además en el goce que es múltiple... el de las aves, el del zorro, el de la vida que se vive mientras nos acercamos a la muerte, el de la vida que se recicla y se renueva.
Miro la imagen de los zorros y pienso que deberíamos repensarnos la muerte, también la vida. Quizás así podamos pasar esta fase más tranquilamente.
Texto y foto: María Clara Valencia.